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El arte de vivir en paz

La paz, en su sentido más íntimo, es modesta y humilde, no tiene nada que ver con tratados difíciles de leer, ni con firmas de documentos, ni con días históricos ni con testigos.

Cualquier evento humano en el que coincidan el equilibrio y la belleza podría convertirse en una obra de arte. Hay conversaciones, formas de caminar o de hablar, miradas, tonos, hasta maneras de relacionarse con los demás, en las que puede percibirse ese resultado maestro. No creo que solo les corresponda a los talentos evidentes que tanto nos asombran. Hay momentos pequeños, segundos, incluso, que alcanzan el rango de lo inefable, por los que entregaríamos todo en el mundo. Estoy segura de que muchos hemos experimentado esa grandiosidad en lo absolutamente simple, alguna vez. Yo lo relaciono con el arte, por el impacto que esos instantes producen en nuestra alma, reformándola y embelleciéndola.
La vida nos los ofrece permanentemente, pero es necesario estar muy atentos, lejos de la grandilocuencia que adquieren de manera artificial los términos y las palabras. Vivir en paz es un arte. Y es simple. Basta con desnudar el corazón. Pero nuestro complicado ego tiene problemas grandes con esto. Una palabra tan blanca como ‘paz’ ya no se puede pronunciar en este país sin dejar un reguero de odio, porque aquí está cargada de significados ajenos, está llena de mugre por la excesiva manipulación de los políticos, por su inmediata asociación con la guerra. En Colombia, cuando se habla de paz se habla de guerra, no haría ninguna diferencia cambiar un vocablo por otro.
La paz, en su sentido más íntimo, es modesta y humilde, no tiene nada que ver con tratados difíciles de leer, ni con firmas de documentos, ni con días históricos ni con testigos. Es un estado muy parecido al que nos invade cuando contemplamos algo que nos parece bello y nos llena el espíritu de gozo. Esa es la paz a la que le digo SÍ, con letras grandes y tilde para que suene mejor.
Sin depender del resultado de este plebiscito, seguiré construyendo mi vida alrededor de los sencillos actos de paz que requiere el arte de vivir y dejar vivir. Seguiré reconociendo mis errores y respetando las ideas con las que no esté de acuerdo, pediré disculpas, pediré perdón, observaré a mi ego en acción y me reiré de él en vez de burlarme de los demás. Vigilaré mis juicios, me perdonaré a mí misma por no ser perfecta y les seguiré la pista a mis deseos de venganza. Seguiré diciendo sí a la paz cotidiana, la que realmente vale, porque es el único ingrediente necesario para ser feliz.
Margarita Rosa de Francisco
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