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Maloka

Sin financiamiento, la institución vive en incertidumbre sobre su continuidad.

Hace 22 años la comunidad científica del país vivía momentos de excitación. La nueva Constitución exigía a los gobiernos incluir en sus planes el fomento de las ciencias y la cultura, y ofrecer estímulos especiales a personas y entidades que ejercieran esas actividades (Artículo 71). Un año antes, el Congreso había expedido la primera Ley de Ciencia y Tecnología, con algunos instrumentos financieros y administrativos para disminuir el rezago que teníamos con respecto a otros países.
En la Asociación Colombiana para el Avance de la Ciencia (Acac) reinaba el optimismo, pero quedaban problemas por resolver: uno de ellos, la indiferencia de la sociedad colombiana por el conocimiento científico. Se pensó entonces en un gran proyecto que acercara la gente a la ciencia y a la tecnología y que hiciera evidente la importancia que ellas tienen en la vida cotidiana y lo interesantes que pueden ser. En resumen, un proyecto que construyera ciencia, cultura y ciudadanía entrelazadas productivamente.
Así nació Maloka. No obstante el optimismo de la Acac, el momento en que se aprobó no fue fácil. El país atravesaba la época de terrorismo de los carteles de la droga, y se había declarado la emergencia económica. No existía ningún compromiso gubernamental de financiamiento futuro. Algunas voces propusieron posponer su apertura para tiempos mejores, pero se decidió seguir adelante, con la esperanza de que el éxito traería consigo el apoyo. La Acac aportó todos sus restos y, con un apoyo puntual de la Nación, el Distrito, Colciencias y algunos donantes privados, se abrió al público en un tiempo récord de 20 meses.
La directora, Nohora Elizabeth Hoyos, y los demás fundadores acertaron. Maloka se convirtió en un hito turístico y educativo de la ciudad. En sus 18 años de operación continua ha tenido más de 22 millones de visitas. Lideró la apropiación de la ciencia por la cultura. Llevó sus actividades y sus clubes de ciencia a todos los rincones del país. Se proyectó, y proyectó a Colombia internacionalmente y en la web. Inspiró nuevas formas de enseñanza y participó en la formación de niños y maestros. Su labor fue distinguida por la Presidencia de la República, el Senado, el Concejo Distrital, la Asociación Mundial de Centros Interactivos de Ciencia, la Red Latinoamericana de Popularización de la Ciencia y otros.
Pero en algo se equivocaron los fundadores y la directora. El éxito no trajo apoyo gubernamental ni recursos permanentes de sostenimiento. En el mundo ningún centro similar sobrevive sin financiamiento estatal. Maloka lo ha logrado durante 18 años, precariamente y con grandes dificultades para renovarse y crecer. En este momento la situación llegó a un límite. Sus dedicados trabajadores reciben irregularmente y con atrasos su modesto salario, y viven en incertidumbre sobre la continuidad de la institución.
La crisis es aún mayor, y más injusta, por informaciones desconsideradas e inexplicablemente tendenciosas que han aparecido en la prensa. Se habló de una investigación que abrió la Contraloría, dejando la impresión de mal manejo y corrupción, pero sin señalar que esa investigación había sido archivada y que no señalaba ningún “hallazgo” (que es como la Contraloría llama a los hechos que le generan inquietud).
La directora fue exaltada en el pasado como una de las mejores líderes del país. Fue presentada a la sociedad como ejemplo de consagración y de terquedad en sus propósitos. Ahora es maltratada desde instancias que nunca hicieron lo que debían para que Maloka fuera un éxito, que nunca supieron responder a sus llamados. Curiosa patología social la nuestra: convertimos a nuestros líderes y campeones en héroes un día, para luego sacrificarlos en ceremonias de antropofagia ritual.
Moisés Wasserman
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