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Mafia salvaje

Aquí la única magia es no morirse en un hospital o clínica clandestina. Negocios de buitres y ratas.

PAOLA OCHOA
En Colombia existe una mafia salvaje. Somos el hogar de una de las faunas más corruptas y tramposas del planeta Tierra. Un hábitat de sapos, lagartos, ratas, culebras y aves de rapiña. Una selva donde florecen la ilegalidad, el soborno, la corrupción, las coimas y las mordidas. Una tierra de criminales que va mucho más allá de exportar cocaína: salud, gasolina, construcción, alumbrados, recolección de basura, curadurías, contrabando, cárceles y justicia. Hoy tenemos mafias y carteles en casi todos los aspectos de la vida.
Colombia es mafia salvaje porque aquí las mujeres preferimos morirnos en clínicas clandestinas a vivir con un cuerpo que no encaje en el estereotipo traqueto. Estamos obsesionadas con una narcocultura de siliconas y rellenos. Queremos tener los cuerpos de las prepagos, así eso implique ponernos cauchos y venenos. Porque en esta jungla cinco centímetros más de glúteos nos sirven para conseguir un mejor puesto. Cinco más de senos, para que el jefe nos dé un ascenso.
Por esa estúpida cultura hoy estamos llenos de mataderos. Clínicas y consultorios de pacotilla que no son más que una estafa diseñada por criminales sin licencia para ejercer la medicina. La semana pasada cayó la última víctima: Angie Mendoza, una joven de 23 años que murió abandonada en la sala de urgencias de un hospital en Barranquilla. Falleció tras operarse los glúteos en un apartamento, un lugar con menos asepsia que una veterinaria de perros. Otra víctima más de los promeseros de la belleza, una mafia de ratas salvajes y asesinos de adolescentes y niñas.
Series como ‘Sin tetas no hay paraíso’, ‘Los caballeros las prefieren brutas’ o ‘El capo’ llevan un mensaje macabro: para tener éxito en la vida hay que ser linda, buenona y estúpida. Hay que acostarse con tipos ricos, exitosos y estrafalarios. En esta selva hay que tener ‘pechonalidad’ y retaguardia prominente. Acá no importa la educación ni el estudio o la cantidad de libros leídos.
Ilustración: Juan Felipe Sanmiguel
Somos una mafia salvaje porque no tenemos una policía de verdad que les ponga tatequieto a estos procedimientos estéticos en clínicas clandestinas. ¿Cuántas mujeres no han muerto ya en estas carnicerías furtivas en casas y apartamentos? ¿Cuántas más se necesita que mueran para que las autoridades tomen medidas y hagan algo al respecto?
¿En dónde está la policía decomisando las sustancias y medicamentos que se inyectan en estas cirugías? ¿En qué hospitales y farmacias están haciendo redadas para establecer de dónde salen los anestésicos e instrumentos que solo pueden usar los profesionales médicos? ¿Hay alguien vigilando las importaciones de biopolímeros, ácido hiaulurónico y otro tipo de materiales biológicos? Una vez más, la mafia de la salud en el podio de todas las mafias del país.
Y es que solo en una selva tropical como la colombiana cohabitan los ecosistemas de salud más corruptos del universo. Acá, los serruchos son con los contratos de las ambulancias –como en el caso del ‘carrusel’ de la contratación de Bogotá–, o con los baldosines de las salas de cirugía –que en muchos casos no cumplen con los estándares de impermeabilidad contra bacterias–, o con la subcontratación de multimillonarios servicios de radiología e imágenes diagnósticas.
Eso, por no mencionar los contratos de los hospitales con cooperativas de trabajo, que en más de una ocasión han sido nóminas fantasmas de empleados. O los contratos de alimentación y aseo en los hospitales, que se reparten desde hace años la misma pandilla de lagartos. O la mafia de los medicamentos, muchos de los cuales compran los hospitales hasta un 500 por ciento más caros, cuando no son falsos. Facturas, pagarés, recobros de tutelas, todas las alimañas que usted quiera a cargo de las mejores aves de rapiña.
Colombia es pura mafia salvaje. Ni las películas de cine pueden ocultar esa verdad. Aquí la única magia es no morirse en un hospital o clínica clandestina.
PAOLA OCHOA
En Twitter @PaolaOchoaAmaya
PAOLA OCHOA
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