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¿Tocará salir desnudos?

¿Cómo alguien es capaz de dispararle a una mujer indefensa embarazada? Yo también quiero marchar.

Luis Noé Ochoa
Hubo un tiempo en Bogotá, especialmente en el centro, cuando robaban de todo. No en las cortes ni en el Congreso, sino en la calle. Incluso, muchas vidas se perdieron en el ‘Bronx’. El “cójanlo, cójanlo” se oía todos los días. La gente no podía llevar reloj de pulso, pues el raponero decía es “mido”, zas, y a correr. No se podían llevar cadena al cuello ni aretes. Los pechos arañados y las orejas sangrantes se pusieron de moda.
También robaban gafas con marco fino. Los humoristas decían que era peligroso tener dientes de oro y bostezar.
Se hablaba de una inseguridad “tremenda, caray”, en esta Bogotá más cachaca, más pequeña, menos congestionada, en la que también había carteristas y ‘cosquilleros’ y apartamenteros, pues los ladrones son parte de la historia triste de la capital. Y hace unos años hasta se robaron la calle 26.
Los delincuentes han sido un azote, un peligro latente, una mala imagen para esta querida ciudad que nos recibe a todos. Roban lo que está de moda, porque es lo que les compran los reducidores. Cuando hubo una fiebre de los carros, hace apenas unos 10 años, era noticia diaria el robo de vehículos a mano armada. Y sigue, pero menos ahora.
Después han sido los celulares, que se han vuelto uno de los motivos de muerte y de personas heridas y de zozobras más frecuentes, pues hay comercio clandestino, aun con tentáculos internacionales. Y atracan en la calle por ellos. Una vida vale un celular. En octubre pasado, por ejemplo, unos miserables mataron al biólogo Juan Manuel Campo, en la carrera 30, por su celu, como le dicen con cariño, y una cámara.
Estos días la ciudad está estremecida, con razón, por el atraco a Adriana Sobrero Salazar, una mujer con cinco meses de embarazo, a quien asaltaron al entrar a su casa, en el exclusivo sector de Rosales, en el norte de la ciudad, para robarle su camioneta. ¿Cómo es capaz un malnacido de dispararle a una mujer indefensa embarazada? Yo también quiero marchar. Permita Dios que ella salga lo mejor posible de este trance y que capturen pronto a los bandidos. Y a los que mataron esta semana a dos taxistas.
Sé que hay grandes esfuerzos; la Policía hace lo que mejor puede, pero se debe hacer más por la seguridad ciudadana, pues los ángeles de la guarda, dulce compañía, no alcanzan. Por ejemplo, la inmensa mayoría de motociclistas son honestos, pero la medida de prohibir el parrillero hombre parece necesaria, por el bien general. El fleteo es una modalidad que está azotando al ciudadano.
Y se necesita más pie de fuerza. Expertos dicen que aquí faltan 10.000 policías. Pues que lleguen. Si se requiere un impuesto de seguridad, pago por ver, como decía un viejito alborotado, pero es urgente poder salir un poco más tranquilos, poder retirar unas chichiguas de un cajero sin tener que salir como si uno fuera el ladrón, a paso de cólico, mirando aquí y allá. Es que crece la sensación de inseguridad. Claro que a veces a uno le da la sensación de que le meten la mano, y se la están metiendo.
Que haya más patrullaje y retenes esporádicos. Si es necesario, capacitar la vigilancia privada y conectarla con la Policía. Que policías como taxistas encubiertos hagan rondas. Están de por medio la vida de todos, la salud, inclusive la salud mental. Y que haya justicia, que los jueces no sean de mano blandengue –¿quién dijo eso?– y no envíen a la casa a los que sean cogidos en flagrancia, porque no son un peligro para la sociedad. Y duro a los reducidores, que son el pasaporte al delito. En todo caso, debemos unirnos contra el hampa autoridades y ciudadanos.
Lo otro es tener que andar empelotos, pero con este frío... Y en TransMilenio es peligroso. Aunque de golpe comienzan a traficar con órganos. ¿Qué hacemos?
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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