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Luto binacional

No puede seguir habiendo territorios sin ley. Unos pocos no pueden seguir matándonos impunemente.

Luis Noé Ochoa
Escribo esta columna bajo un cielo bogotano gris y lluvioso, como los ojos de muchos hoy. Hay frío hasta en el alma. Y dolor, luto y rabia. Imagino así a Quito y a Ecuador todo, pues los malditos y cobardes asesinos secuestradores de los dos periodistas y el conductor del equipo del diario El Comercio los asesinaron.
Los matones, unos disidentes de las Farc –dicen– bajo el mando de ‘Guacho’, a los que solo les queda la filosofía del narcotráfico, no les perdonaron ser periodistas y estar del lado del bien.
Teníamos la esperanza de que volverían con vida. No podíamos creer que la sinrazón, el odio, la defensa del negocio ilícito llevaran a sus captores a semejante brutalidad.
Lo ya ocurrido y visto indignaba. Esas imágenes del fotógrafo Paúl Rivas, de 45 años; del periodista Javier Ortega, de 31, y de Efraín Segarra, ‘Segarrita’, el conductor, de 60, encadenados y con los candados que les echan llave a las libertades, nos devolvieron a una película de terror que nosotros vivimos por largos años con civiles y militares, con periodistas que han ofrendado su vida cumpliendo su oficio. Aunque el mal sigue.

Lo peor que le ha pasado a esta sociedad, tal vez en toda su historia, es el narcotráfico, que ha corrompido conciencias y causado tanto luto y dolor.

A Paúl, a Javier y a Segarrita, ese conductor como tantos en los medios que terminan siendo periodistas empíricos, los esperaron minuto a minuto en sus hogares, en El Comercio, en esa sala de redacción donde cada llamada fue un sobresalto y una esperanza, y en todos los medios de América. Hoy los acompañamos, y con ellos reclamamos justicia y acción sin cuartel.
Y es que los comunicadores eran compañeros a la distancia, periodistas rasos, de esos que gastan zapato, en selvas y ciudades, para cumplir su tarea de investigar, en este caso en Esmeraldas (Ecuador), y buscar la verdad para contarla. Ese es el oficio que escogieron, el que los apasionaba y enorgullecía y por el que dieron la vida. Hoy se suman a esa dolorosa cifra de 54 periodistas asesinados en el mundo en 2017. Duele, porque eran seres humanos de valía y porque es una afrenta contra todos, contra la libre expresión. 
Hay luto en el periodismo del mundo. Y en tres familias como las de todos nosotros, con unos padres, esposas, hijos, hermanos, desolados todos, que no aceptan cómo alguien torpe e inhumano, respaldado en un arma y empujado por el negocio de las drogas ilícitas, es capaz de secuestrar y matar a sangre fría a quienes solo iban armados con su libreta de apuntes.
Que sirva este drama horrendo para que los países se unan no solo en el dolor, sino en la acción, para que luchen juntos contra ese delito. En esto no hay fronteras. Son la unión institucional y la de los pueblos las que nos pueden salvar de los violentos, a los que se debe perseguir hasta debajo de las piedras.
Allá y aquí. Porque hay que lamentar, repudiar e indignarse también por la muerte de dos líderes sociales en Chocó. Y de ocho policías en San Pedro de Urabá, esta semana, a manos del ‘clan Úsuga’, o sea, del narcotráfico. Uniformados sencillos y valerosos, que también cumplían su misión; héroes que murieron por defendernos, por salvaguardar los derechos y los bienes de las personas. Sobre todo, esta vez, de aquellos a quienes los violentos habían desalojado.
Lo peor que le ha pasado a esta sociedad, tal vez en toda su historia, es el narcotráfico, que ha corrompido conciencias y causado tanto luto y dolor. Ese mal exige lucha frontal, unidad de los países, ¿oye, Maduro? No puede seguir habiendo territorios sin Dios ni ley. Unos pocos no pueden seguir matándonos impunemente.
Este debe ser hoy tema en la Cumbre de las Américas, por encima de otros. Por los periodistas ecuatorianos, por nuestros policías, por nuestros líderes: justicia. Y donde Dios los ponga, sepan ellos y sus familias que los despedimos, como lo hizo la SIP, con un aplauso conmovido.
LUIS NOÉ OCHOA
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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