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Los bárbaros, a las puertas de la ciudad

La fortuna de cuatro aspirantes al gabinete presidencial de Trump rebasa los U$ 14.000 millones.

Recién conocido el resultado de la elección presidencial en Estados Unidos, mi nieto, que a sus 15 años de edad había debatido a favor de Hillary Clinton con sus amigos, me decía que lo democrático era aceptar el triunfo de Trump. Mi respuesta fue que respetaba su posición porque había que sujetarse a las reglas del sistema electoral, aunque fuera tan incongruente que la persona que obtiene la mayoría del voto popular termina perdiendo la presidencia. Pero le pedí que aceptara que la democracia contempla el derecho de los ciudadanos a estar en la oposición, y le dije que el presidente electo me parecía, y me sigue pareciendo cada día más, una persona deleznable.
En ese entonces, ni mi nieto ni yo ni nadie, salvo Vladimir Putin, sabíamos de la magnitud de la intervención rusa en la elección. Hoy, todas las agencias de inteligencia confirman que fue masiva y tenía como propósito destruir la candidatura de Clinton. Tampoco se sabía que ella obtuvo casi tres millones de votos más que su contrincante.
Terminada la elección, hubo quien dijo que Trump se sosegaría en la presidencia, que dejaría de actuar como un bully que reacciona instantáneamente a cualquier crítica, que se olvidaría de los tuits y que actuaría más como “presidenciable”.
La esperanza era que al rodearse de personas capaces que suplirían su falta de experiencia política se mitigarían sus peores instintos. A unos días de la toma de posesión, lo que veo es que los bárbaros han llegado a las puertas de la ciudad y se disponen a tomarla. Los que votaron por Trump esperan que su líder dinamite el “establecimiento político actual” y el país retorne a una mítica edad dorada que por definición es inalcanzable.
Los que no votamos por él tememos que en su afán por destruir lo existente van a dejar en el desamparo a los más vulnerables. También nos preocupa que los nuevos adalides de la clase obrera conformarán el gabinete más opulento en la historia del país. Dejando fuera la fortuna de Trump, cuyo monto sigue siendo nebuloso porque no muestra sus declaraciones de impuestos de los últimos 20 años, la fortuna personal de tan solo cuatro aspirantes al gabinete presidencial rebasa los 14.000 millones de dólares, una cifra mayor a la riqueza acumulada por un tercio de la población del país.
La fortuna de otros siete aspirantes se mide en millones, muchos millones. Y si la abundancia económica define su trayectoria personal, su falta de experiencia en el servicio público contrasta desmesuradamente con su práctica en el sector privado.
La semana pasada empezaron las audiencias de confirmación de los nominados al gabinete ante el Comité Judicial del Senado, pero todo indica que serán un ejercicio inútil porque los miembros del comité votarán siguiendo la línea de su partido y los republicanos tienen once senadores en ese comité y los demócratas, solo nueve.
Así, los empresarios de la industria petrolera controlarán la política energética del país y del medioambiente. La política económica será dirigida por exbanqueros de Wall Street. La seguridad nacional será encomendada a los militares; Trabajo, a un empresario; Educación, a una multimillonaria cuyas ideas amenazan la sobrevivencia de la educación pública y laica; Justicia, a un ultraconservador del sur profundo del país que lleva el nombre del que fuera presidente de la Confederación durante la Guerra Civil con orgullo y ha acusado a los inmigrantes de abusar del Sistema de Bienestar Social y cuestionado el derecho constitucional a la ciudadanía de sus hijos.
Pero lo peor, sin duda alguna, será tener en la presidencia de la república a un hombre impulsivo como Donald Trump, que carece del temperamento, del conocimiento y de la serenidad que se requieren para ocupar el puesto.
Sergio Muñoz Bata
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