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Plaga totalitaria

El principal de ellos es el populismo, utilizado por igual desde la derecha o la izquierda.

¿Tendrán algo que ver los vicios del capitalismo del siglo veintiuno identificados por Thomas Piketty con el surgimiento simultáneo de figuras autoritarias, elegidas o no, a la cabeza de países tan disímiles como Rusia, los Estados Unidos, Corea del Norte y Venezuela? No es aventurado pensarlo si se acepta la tesis del célebre economista francés, quien señala la excesiva concentración de la riqueza como una de las causas centrales de la inestabilidad social, económica y política en el mundo actual.
A primera vista, parece absurdo equiparar la situación de un país con la tradición democrática de los Estados Unidos con la de otro como Rusia, que pasó del zarismo al comunismo, y de este al autoritarismo sin conocer la libertad y el pluralismo.
También resulta difícil encontrar similitudes entre el absolutismo hereditario que ostenta el coreano Kim Jong-un y la autocracia de nuevo cuño que ejerce Nicolás Maduro. Sin embargo, así como la conducta de Donald Trump parece calcada de la de Vladimir Putin y los exabruptos de Maduro reflejan rasgos semejantes a los de Kim, en todos estos casos es posible identificar los efectos del desorden que está generando el fenómeno diagnosticado por Piketty.
El principal de ellos es el populismo, utilizado por igual desde la derecha o la izquierda para enfrentar a las masas populares con las élites gobernantes desgastadas por las crisis económicas. No hay que olvidar la depresión que sufrió la economía estadounidense en el 2008 ni el sentimiento de injusticia que generó entre la población, al ver que el Gobierno salvaba a los bancos pero no a los deudores que perdían sus viviendas, lo cual fue hábilmente aprovechado por Trump para producir el sismo político del 2016.
Rusia también pasó a mediados de esta década por una crisis económica que afectó seriamente al pueblo y fue utilizada por Putin para consolidar su figura de mesías, afirmada por una larga historia de absolutismo.
En estos países se configuró, aunque en distintos grados, una de las principales características del populismo: su dependencia de un liderazgo personal que desconoce o aplasta a los adversarios. En Rusia, los antecedentes populistas se remontan a finales del siglo diecinueve, antes del avance revolucionario que culminó en 1917 con la dictadura del proletariado.
Corea del Norte vive, desde la división de la península tras la Segunda Guerra Mundial, bajo un régimen típicamente populista, que esgrime la doctrina marxista-leninista, pero tiene, sobre todo, un carácter esencialmente militarista. Y en Venezuela, las raíces del fenómeno se encuentran mucho antes de Maduro y del propio Hugo Chávez. Estos retomaron el hilo populista y dictatorial de Páez, Monagas, Guzmán Blanco, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Pérez Jiménez, solo interrumpido por tres décadas de gobiernos democráticos a partir de 1958.
El caso más sorprendente es el estadounidense, donde no existe una cultura totalitaria y el fenómeno de Trump resulta claramente exótico. Lo cual demuestra que ningún país es inmune a la plaga populista y autoritaria, que justifica su discurso de intolerancia invocando enemigos, reales o ficticios, y solo considera aceptable el exterminio de los adversarios.
A semejanza de los Estados Unidos, Colombia se puede enorgullecer de su larga trayectoria democrática, preservada aun en medio del largo conflicto armado interno, y solo una vez interrumpida durante el siglo veinte. Pero el populismo también ha hallado aquí terreno fértil. Su principal exponente, el jefe del llamado Centro Democrático, es una figura autoritaria que ha logrado aglutinar a un sector de la población con un discurso de intolerancia. Ese discurso es prácticamente el único que escuchan quienes se niegan a doblar la página de la confrontación armada, aun después de que la guerrilla de las Farc ha entregado las armas.
Es fácil advertir lo que podría sobrevenir para Colombia si ese liderazgo se impone y las voces guerreristas prevalecen sobre las que buscan la paz y la reconciliación.
LEOPOLDO VILLAR BORDA
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