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Las constituciones y la paz

Son muchas las coincidencias entre lo que ocurrió en 1957 y lo que se votará el próximo domingo.

Alfonso Gómez Méndez
Uno de los argumentos que con razón se han esgrimido en estos días para impulsar este necesario e irrepetible proceso de paz es el de que la Constitución del 91 dispuso (art. 22) que “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento”.
Es cierto. Como también lo es que prácticamente todas las constituciones en nuestra historia republicana han invocado la consecución de la paz como uno de los fines esenciales del Estado: por ejemplo, la de Rionegro de 1863, expedida “en nombre y por autoridad del pueblo”, consagró el derecho a la paz cuando el país vivía casi que en estado de permanente guerra civil.
Aun la Constitución de Núñez y Caro, génesis de la oscurantista Regeneración, luego de derrotado en guerra el radicalismo liberal, decía en el preámbulo que sus disposiciones tenían, entre otras finalidades, las de “afianzar la unidad nacional y asegurar los bienes de la justicia, la libertad y la PAZ”.
Y en el plebiscito de 1957, que puso fin a la atroz violencia liberal-conservadora, se estableció en el preámbulo de la nueva Constitución, como uno de sus fines, “asegurar los bienes de la justicia, la libertad y la PAZ...”.
Son muchas las coincidencias entre lo que ocurrió en 1957 y lo que se votará el próximo domingo. En ese año, un pueblo hastiado de una violencia cuyas víctimas habían sido principalmente civiles, y sobre todo campesinos pobres que fueron asesinados o desplazados de sus tierras, prefirió establecer incluso instituciones restrictivas como la paridad y la cooptación con tal de que cesara la barbarie.
Igual sucede hoy. Desde Turbay, los jefes de Estado han ensayado de distinta manera conseguir la paz. A su modo, el pueblo le dio a Uribe carta blanca, en apoyo político y económico, para buscarle salida militar al conflicto. Entonces se diezmó la guerrilla, pero no se la derrotó.
Y como se ha dicho hasta el cansancio, él también exploró la solución política, siempre en cumplimiento del mandato constitucional sobre la búsqueda de la paz, llegando hasta a ofrecer un despeje parcial en el caso de los diputados, liberar al guerrillero ‘Granda’, en procura de que Ingrid Betancourt y los demás secuestrados recuperaran la libertad, y aun ofreciendo, previo referendo, curules por decreto a los guerrilleros que dejaran las armas y se reincorporaran a la vida civil.
El mandato constitucional está vigente. Andrés Pastrana, con igual intención, aparte del despeje del Caguán, organizó un viaje al exterior con los jefes guerrilleros, incluido ‘Raúl Reyes’, para ambientar la paz. Por cierto, una crónica de la época cuenta que cuando estaban en uno de esos países nórdicos, para soportar el intenso frío de las noches, muy distinto del calor de la selva al que estaban acostumbrados, el senador conservador Ciro Ramírez los divertía con simpáticas sesiones de magia.
Habría que decir que aquí, de una u otra forma, todos han buscado la paz. No encuentro razones válidas para atravesarse ahora, cuando, aun con las dificultades que algunos hemos señalado, se viene a partir del lunes el gran debate jurídico y político sobre la implementación de los acuerdos vía reformas constitucionales, legales y administrativas.
La reconciliación también debe darse entre jefes políticos, que tantos dardos envenenados se han lanzado en estos días. Por ello es diciente la entrevista del general Mora Rangel, el más tropero de los generales, que, sin insultar a nadie, le dijo a María Isabel Rueda cómo se convenció de que debía hablar con los guerrilleros a quienes con valor había combatido.
Nunca claudicó. Entendió, sí, que la guerra por la guerra no conduce a ninguna parte. Y encareció una verdad irrefutable: que para el soldado la auténtica victoria es la paz.
Solo con el triunfo del Sí el domingo será realidad la frase del himno nacional que inspiró la parte final del discurso del presidente Santos en el emotivo acto del lunes en Cartagena: “Cesó la horrible noche”.
Alfonso Gómez Méndez
Alfonso Gómez Méndez
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