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Lanzando gente al mar

Hay hoy casi 60 millones de desplazados en el mundo. Y Más de la mitad son niños. ¿Qué nos pasa?

Luis Noé Ochoa
Hoy estamos con el ánimo a media asta. La foto del niño sirio Aylan Kurdi, ahogado en las playas de Turquía, estremece. Y le grita al mundo el drama humanitario de los refugiados. Allí también se ahogaron un hermanito suyo y la madre de ambos, además de otros niños. El padre regresó, con el corazón ahogado, con los tres cadáveres amados a sepultarlos en su país.
Aylan, que era meras risas, en medio de su inocencia ignoraba la situación siria. Tal vez pensaba que iba de paseo en lancha a la isla griega de Kos. Pero era otra víctima que llevó el mar en brazos a la playa, como símbolo de la tragedia universal. Una verdadera hecatombe.
El Mediterráneo ya no arroja caracoles o conchas, sino cadáveres, como muñecos de plástico. En las playas ya no juegan los niños, sino que se recogen muertos como desechos de la guerra, de la xenofobia, del hambre africana, de la crueldad del Estado Islámico en Oriente Próximo. De la brutalidad del dictador Bashar al Asad. No hay derecho.
En Siria van más de 100.000 muertos en los últimos años. Cómo olvidar esos 1.400 que perecieron en un ataque con gas, a lo Hitler. Y los desplazados son millones.
Qué horror. Según Acnur, el organismo de las Naciones Unidas para los refugiados, hay hoy casi 60 millones de desplazados. Y para mayor dolor, más de la mitad son niños. No me joda, ¿eso qué es? ¿Qué nos pasa? ¿Cómo se les da la mano a 60 millones de seres que lloran, sin techo, sin esperanzas, y maldicen en todos los idiomas?
Cada hecho es peor. En Austria, hace unos diez días perecieron asfixiadas en un furgón húngaro 71 personas, a las que seguramente engañaron las mafias del tráfico humano. Las autoridades enviaron a los expertos más duros, los que ya tienen el corazón curtido, a abrir el camión. Pero dicen que no aguantaron ante la dantesca escena de niños, adultos y viejos en descomposición, que se abrazaron en el último aliento. Ellos no lograron sumarse a los 340.000, más o menos, que han logrado este año la Europa de sus sueños, procedentes, además de Siria, Libia, Afganistán, Pakistán, etc.
Los atropellos, los alambrados, gente que todo lo pierde, que busca refugio, están por todas partes. Aquí entre nosotros, también. El desesperado presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, un socialista que se volvió tirano y enemigo de los pobres, resolvió cerrar la frontera y sacar, con clara violación de los derechos humanos, a los sencillos colombianos que vivían en el barrio Mi Pequeña Barinas. También hay muchos niños entre ellos, separados de sus padres. Van más de 1.400, además de quienes se han venido por miedo, que suman unos 10.000, porque allá los persiguen como a delincuentes, hasta en la propia Caracas.
Y qué decir de los millones de siervos sin tierra del desplazamiento interno. Porque de 1997 a diciembre del 2013, según Acnur, habían sido desarraigadas 5’185.406 personas. Otra desgracia.
Ojalá las vías diplomáticas funcionen ya. ¿No dizque somos pueblos hermanos? Que Santos y Maduro bailen La pollera colorá, pa’llá y pa’cá, y que se llegue a un acuerdo, porque de por medio está la gente más vaciada. Que se controle el contrabando en una lucha binacional, porque, según testigos, la Guardia Venezolana tiene montado un negocio.
Y en el mundo, ¿no podrán las potencias, con Obama a la cabeza, la Unión Europea, la ONU, hacer algo más? ¿Por qué los líderes de las religiones no se reúnen y envían mensajes de paz? Alguien debe actuar, tener bondad, humanismo, crear empleo, construir nuevas ciudades. Lo que sea, pero no pueden seguir dándoles la espalda, arrojando gente a los tiburones. Sobre todo, niños.
Luis Noé Ochoa
Luis Noé Ochoa
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