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La quiebra moral de un partido

Esfuerzos por modernizar el Partido Liberal terminaron en la toma por parte de adversarios internos.

Alpher Rojas
Cuatro de los muchos esfuerzos por modernizar la estructura y los programas del Partido Liberal Colombiano en el siglo XX, encaminados a fortalecer su democracia interna y a asegurar la supervivencia de su proyecto histórico como instrumento de cambio de la sociedad, terminaron en la retoma avasalladora –a menudo sangrienta– del Partido por parte de sus adversarios internos o en el sometimiento al coloniaje de modelos proclives a la concentración de la riqueza y las oportunidades.
Los proyectos transformadores, en su momento, encabezados por Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Olaya Herrera, López Pumarejo, la utopía consoladora del MRL –y aún-, por el pragmatismo visionario de Lleras Restrepo, tanto como la Asamblea Liberal Constituyente con sus grandes foros ideológicos orientados por la SEAP –presidida por el notable tratadista público Agudelo Villa-, no pudieron realizarse plenamente debido a la presión de las fuerzas reaccionarias cuya intervención abortó ideas centrales por entrañar cambios audaces y profundos en la estructura socioeconómica del país.
De hecho, el liberalismo de izquierda actuó con eficiencia para proteger a las clases sociales menos favorecidas y a los sectores medios de la población al fomentar la industrialización e impulsar la agricultura y la ganadería. Defendió la industria cafetera y, al tiempo, puso al servicio del campo instituciones de fomento y de crédito para el desarrollo de sus empresas. Creó la educación superior pública; estimuló la investigación científica y tecnológica para superar los lastres decimonónicos y conectarse con el mundo moderno. Protegió decididamente el trabajo humano e instauró avanzadas políticas sociales en salud, educación y vivienda. Puso en marcha el estatuto de descentralización política y fiscal. Pero toda esa revolución resultó deficitaria frente a los grandes desafíos nacionales, cuya atención demandaba la transformación estructural del partido.
En este punto es importante señalar que la organización de los partidos en Colombia descansa esencialmente en prácticas y costumbres no escritas, diríase en consuetudinarias. Esta circunstancia ha permitido el influjo pernicioso del gamonalismo y sus patologías clientelistas, que le abrieron paso al nepotismo de clanes familiares que obstruyen los canales de ascenso democrático. Por cierto, la Fundación Arco Iris ha documentado el dominio de la parapolítica en el partido, muchos de cuyos actores están hoy presos y aseguran su supervivencia política merced a los avales dispensados, elección tras elección, a inocentes parientes y paniaguados sin formación política.
La inteligibilidad de esta situación no puede prescindir de la identificación de su trasfondo histórico y teórico. Las ciencias sociales nos ofrecen metodologías apropiadas para ese propósito.
El sociólogo francés Maurice Duverger, en su paradigmático trabajo Los Partidos Políticos, advierte que “es necesario comprobar la influencia de la génesis de un partido sobre su estructura definitiva”. Siguiéndolo, el investigador Fernando Guillen Martínez, en su estudio El poder político en Colombia, advirtió cómo los tipos de sociabilidad prepolítica, heredados de la encomienda y de la hacienda coloniales, iban a incidir en las sociabilidades propiamente políticas que constituirían la base social de los partidos tradicionales durante todo el siglo XIX y buena parte del XX.
Esto quiere decir que la organización de la vida social de la colonia temprana iba a condicionar las formas ulteriores de agrupamiento colectivo. Por ello, el científico social Néstor Miranda Ontaneda considera que la encomienda constituye “el pecado original” donde se genera el comportamiento clientelista que caracteriza nuestra vida política.
La Asamblea Liberal Constituyente, refrendada por 2.6 millones de ciudadanos en marzo del 2001, puso en vigencia nuevos estatutos y una estructura moderna participativa con valores democráticos; ‘desparlamentarizó’ sus instancias directivas para darle ingreso a los sectores sociales e identidades emergentes; y, también, sentó las bases para una ética de la responsabilidad política.
Sin embargo, contra la voluntad de lo estatuido colectivamente, la pequeña corriente neoliberal y privatizadora del expresidente César Gaviria –con el agreement de los dirigentes Samper y Serpa- se tomó el partido, y su pupilo Rafael Pardo (quien heredó “poderes” de Simón Gaviria) burló el proceso democrático; usurpó las funciones del Congreso Nacional del PLC; eliminó el Tribunal de Garantías; acabó con las secretarías de participación; y abolió el sistema de participación social.
El Consejo de Estado declaró nula esa “reforma” y sentenció que Pardo “vulneró gravemente la moralidad administrativa” y le ordenó restituir los organismos eliminados y restablecer la vigencia de las normas legítimas. Paradójicamente hoy, Pardo es el candidato de la DLN a la Alcaldía de Bogotá.
Alpher Rojas
Alpher Rojas
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