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La política al colegio

Las buenas notas y evaluaciones sobresalientes en sujetos sin conciencia política son en vano.

Francisco Cajiao
Platón y Aristóteles tenían claro que la esencia de la educación es la política. Los pueblos educan a sus nuevas generaciones para consolidar sus valores y sus instituciones a fin de perdurar en el tiempo. Afirmaban que donde la educación política fracasa, toda la sociedad está en un grave peligro.
Colombia prueba que tenían razón. No hay actividad social más desprestigiada que la política, y ser político no evoca el servicio a la comunidad y la búsqueda de altos ideales, sino las peores costumbres y comportamientos de los ciudadanos. La imagen de los políticos se asocia con corrupción, clientelismo, conductas delictuosas y abuso del poder (salarios excesivos, carros blindados, escoltas a granel...), pero casi nunca con la inteligencia, la vocación de servicio o la austeridad.
Esto no significa que la imagen pública coincida siempre con la realidad. Hay políticos que tienen las virtudes que he mencionado, y más. Quienes estuvieron al frente de las negociaciones de La Habana son todos políticos y todos dieron las mejores muestras de voluntad para resolver un desangre de más de medio siglo. También son políticos los buenos alcaldes y gobernadores, los ministros y funcionarios locales rectos o los dirigentes gremiales y líderes sociales consagrados a servir a sus comunidades.
Pero, por desgracia, no son los buenos los que brillan ante los jóvenes. Más fuerza y presencia en el imaginario colectivo tienen los dineros de Odebrecht, las chuzadas, los hackers, las campañas basadas en mentiras, los embajadores con prontuario penal, las decenas de congresistas investigados por ‘parapolítica’, los gobernantes locales que se roban cientos de miles de millones. De estos abundan en todos los toldos: las extremas derechas e izquierdas, los independientes variopintos y todos los centros. Por eso nadie sabe qué diferencia hay entre los partidos, convertidos en empresas electorales que ofrecen avales para organizar la rapiña, pero incapaces de ofrecer a los jóvenes alguna visión esperanzadora de país.
El Gobierno ha puesto sobre la mesa un conjunto de propuestas para reformar la política en desarrollo de los acuerdos de paz, y entre ellas aparece reducir la edad para votar. El viernes, en una emisora, abrieron una encuesta para sondear opiniones y hasta donde escuché los que defendían la iniciativa no llegaban al 30 por ciento. Me llamó la atención el terror de algunos hacia los adolescentes porque dicen que están viviendo en otro planeta: el de las redes sociales, el de la nube informática, el de la total ignorancia.
No creo que anticipar la edad para votar sea un gran aporte a la democracia, si quienes están entre los 18 y los 25 tampoco se acercan a las urnas. Sin embargo, sí estoy convencido de que la formación política debe iniciarse desde los primeros años de primaria. Los niños deben entender muy pronto que en una sociedad debe primar el bien común, y eso implica que en el colegio se discuta con mucha frecuencia sobre los dilemas que plantea la convivencia, estimulando entre los estudiantes la iniciativa para resolver problemas, asumir responsabilidades y hacer cambios que mejoren las condiciones de trabajo de toda la comunidad.
Es muy raro que los colegios pregunten a sus estudiantes qué esperan conseguir colectivamente en el año que se inicia y desarrollar habilidades que les permitan idear formas novedosas de organizarse para llevar adelante iniciativas propias. Esto es formación política: elaborar ideas, defenderlas con argumentos, confrontarlas con otras, liderar procesos y consolidar proyectos de beneficio colectivo.
Buenas notas y evaluaciones sobresalientes en sujetos sin conciencia política (individualistas, indiferentes al destino común, incapaces de comprometerse con una causa, insensibles ante los problemas ajenos) son como hermosos vestuarios puestos sobre maniquíes inertes.
Francisco Cajiao
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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