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La guerra desigual

La fuga del 'Chapo' aún no genera un debate sobre el fracaso que ha sido la guerra contra las drogas

El escape, el pasado fin de semana, de Joaquín el ‘Chapo’ Guzmán de una prisión de máxima seguridad de México ha intensificado las discusiones sobre la necesidad de endurecer la lucha contra el crimen organizado, cuyo poder de corrupción e intimidación ha dejado en crisis al gobierno del presidente Peña Nieto. De este lado del Río Grande, la fuga ha causado especial indignación, porque se cree que las cosas no estarían como están si en lugar de la cárcel del Altiplano el ‘Chapo’ hubiera sido recluido en una prisión estadounidense.
Más allá de la posible incompetencia o la deshonestidad de las autoridades mexicanas que ha dejado al descubierto este episodio, lo que la fuga del ‘Chapo’ no ha generado es algún tipo de debate sobre el fracaso rotundo que ha sido la guerra contra las drogas, declarada hace cuatro décadas por el gobierno estadounidense. No solo el consumo de narcóticos no ha parado de crecer en el hemisferio, sino que la violencia derivada de la naturaleza ilegal del comercio sigue extendiendo sus tentáculos, poniendo en jaque a gobiernos y erosionando –destruyendo, en algunos casos– las estructuras económicas, sociales y morales de sociedades enteras. Esa falencia institucional y esa corrosión moral suceden a miles de kilómetros de distancia de los centros de poder de Estados Unidos. No es problema de ellos y nunca lo va a ser.
Pero sí es problema nuestro, de toda Latinoamérica, porque, a pesar de los avances reales en la lucha contra la desigualdad conseguidos en la década y media que ha transcurrido de este siglo, las tasas de homicidio siguen aumentando en varias naciones, inclusive en aquellas en donde hay, estadísticamente, menos pobres. La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito ha sugerido que otras causas, además de la inequidad, alimentan la violencia que azota a la región y no hay que ser genio para adivinar que en esa lista corta de culpables está el crimen organizado.
Naturalmente que la pobreza y la desigualdad generan violencia y esa es una batalla en la cual no puede haber tregua, porque a mayor equidad la población está menos expuesta a los efectos insidiosos de las organizaciones criminales.
Pero los números no cierran y las estrategias de combate a la violencia que se enfocan únicamente en mejorar las políticas sociales y en aumentar el pie de fuerza son y seguirán siendo insuficientes mientras exista una industria ilegal cuyas espectaculares ganancias pervierten todas las estructuras a su alrededor.
El coro de quienes sostienen que hay que replantear por completo la estrategia de lucha contra las drogas en la región no hace sino aumentar, y la fuga del ‘Chapo’ debería ser la coyuntura perfecta para llevar el tema al centro de la discusión. Las multinacionales del delito que producen figuras como el capo de Sinaloa no existen en el vacío, ni surgen por una especie de deficiencia ética que aqueja a los latinoamericanos, como a veces parecen pensar los estadounidenses. Pero mientras se siga mirando el problema con una óptica moralista y limitada, todas las soluciones serán insuficientes y millones de inocentes en el continente seguirán perdiendo o malogrando sus vidas a cambio de nada.
Viendo las noticias venidas de México esta semana, no he podido dejar de pensar en la tarea gigantesca que es pelearle el control de un país al narcotráfico y me ha incomodado la manera condescendiente con que se ha juzgado a los mexicanos y a sus autoridades. Es una guerra equivocada y desigual, y la historia seguramente mostrará que la magnitud del desafío era totalmente desproporcionada con las armas disponibles para enfrentarlo.
Adriana La Rotta
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