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La grandeza de un objetivo

Es necesario convertir la paz que estamos buscando en una realidad física, en una realidad económica

Vladdo
Queremos que Colombia no se encuentre ante conflictos de tipo social que la conduzcan a la violencia.
No les tenemos miedo a los mecanismos audaces, riesgosos, que está enfrentando la actual administración para pacificar el país. Queremos ponerle fe a ese experimento, un experimento costoso, que ha desconcertado a mucha gente pero que tiene objetivos en grande, y la grandeza del objetivo está permitiendo que nosotros toleremos el sacrificio institucional que esa política de paz está entrañando.
Las anteriores líneas no son de mi autoría, pero las transcribo porque coincido con ellas en su totalidad. Tampoco las dijeron el senador Roy Barreras ni la canciller María Ángela Holguín en La Habana; ni se le escaparon a Claudia López en un debate en el Capitolio, ni al ministro del Posconflicto, Rafael Pardo; ni mucho menos a algún columnista amigo de Cambio Radical siguiendo las directrices del sí con asteriscos de su líder absoluto, Germán Vargas Lleras.
Esa declaración de apoyo a la paz no la escribió alguno de los numerosos empresarios comprometidos con el Sí, que han entendido que estamos ante una oportunidad sin precedentes de darle vuelta a una dolorosa página de nuestra historia. Tampoco las pronunció un general desmoralizado o rendido, tras medio siglo de combates contra la guerrilla.
Esas frases no son de un profesor ‘mamerto’, defensor del socialismo del siglo XXI, ni son la opinión de un contratista ‘enmermelado’ que necesita ganar puntos para curarse en salud. Es más: ni siquiera son recientes, así parezcan redactadas para la situación que atraviesa hoy el país.
Esas reflexiones de reconfortante actualidad fueron hechas hace más de 30 años –en abril de 1985, en la ciudad de Armenia– nada menos que por Álvaro Gómez Hurtado. Sí, por ese mismo señor que tantos se empecinan en catalogar sin fundamento como un conservador sectario, pero que a lo largo de su vida no hizo más que demostrar que era más liberal que muchos liberales y menos dogmático que la gran mayoría de sus copartidarios azules.
En esa época, Gómez era candidato a la presidencia de la República y a pesar de su apego al orden y la ley sabía, comprendía, que era mejor negociar que continuar en una guerra infructuosa, en un círculo vicioso de destrucción y muerte.
Ad portas de las elecciones generales y en una coyuntura similar a la que vivimos hoy, Gómez iba más allá y planteaba el reto que le esperaba a quien ganara la contienda para suceder a Belisario Betancur, que se había jugado a fondo por la negociación con la guerrilla.
“A la próxima administración le va a corresponder institucionalizar la paz. Convertir esa pacificación que estamos buscando en una realidad física, en una realidad económica, en la tarea de gobierno más noble que se pueda ambicionar”, le decía Gómez al auditorio.
A diferencia de varios dirigentes actuales –incluidos dos expresidentes que antes se odiaban o se despreciaban mutuamente y que hoy hablan al unísono contra el proceso de paz–, Gómez reconocía la importancia de seguir adelante con lo acordado por Belisario con la insurgencia. Sin condiciones ni restricciones.
Debe ser porque, al contrario de esos que hoy hablan en nombre de los ‘colombianos de bien’, Gómez sí entendía la grandeza de la paz como un propósito nacional.
* * *
Colofón. En el 2011, un informe oficial del gobierno de Chile reconoció que entre 1973 y 1990, durante la dictadura de Augusto Pinochet, hubo 3.065 muertos y desaparecidos. En el 2014, la Fiscalía General de la Nación reveló que entre el 2002 y el 2008 se cometieron en Colombia 4.382 ejecuciones extrajudiciales, en los casos conocidos como ‘falsos positivos’. Y Uribe hoy habla de impunidad. Ver para creer.
Vladdo
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