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La disculpa castrochimbista

Odio nos está llevando a la absurda paradoja de que nos vamos a matar por la paz que anhelamos todos

Luis Noé Ochoa
Regreso de vacaciones en el campo, con olor a boñiga, a la gran ciudad, con olor a política, que es casi lo mismo. Es retornar del canto de las aves al pito de los carros, del sumercé al h. p. Porque el campo, empobrecido, con malas vías, con poca gente para trabajar, aún es de personas amables, en su gran mayoría, que comparten lo poco que tienen, que lo más que matan es gallina; gente buena, servicial, menos contaminada de odios.
Vi a dos muchachos trabajando hombro a hombro, uno con la camiseta de Millonarios y otro con la del Atlético Nacional, que se hacían bromas. Uno le dijo al otro que tenía la mejor hinchada... y la otra, normal.
En cambio, asistí aquí, en dos escenarios distintos, al partido Nacional-Independiente del Valle. Era común oír que había que llegar temprano a la casa porque después del partido “esto se pone feo” y es peligroso estar en la calle.
Jamás el modesto equipo ecuatoriano había tenido tantos seguidores en Colombia, así lo conocieran menos que al Al-Mesaimmer, de Catar. La patria dejó de estar por encima de los partidos. “Me quito el dedo más largo antes que hacerles fuerza a esos perros”, dijo uno a quien el gol de Borja le cayó como un tiro en el palo. Le iba a hacer el chiste de que se puso verde, pero tal vez no estaría hoy escribiendo esta columna.
Como aquí pasamos con facilidad del polideportivo al policlínico y nos matamos por ganar o perder, hubo muertos. Unas noticias dicen que cinco; otras, que tres. Y, según la Policía, se reportaron 630 riñas relacionadas con la celebración; 23 personas resultaron heridas, 12 en Bogotá y 9 en Medellín, y 77 amanecieron con el ojo del color de la camiseta de Nacional. Y muchos no llegaron a la casa, pues amanecieron levantando la copa.
Por desgracia, el odio, la venganza y la envidia juegan de local y minan a la sociedad. Y lo que pasa en los partidos de fútbol pasa en los partidos políticos. Lo importante es que el otro pierda.
Juan Manuel Santos, por ejemplo, como director técnico nacional, se juega un partido en busca de la paz, con la que ganará Colombia, no una camiseta, no un presidente. Porque nos mataremos menos, habrá menos violencia, menos menores en armas, menos secuestros, menos violencia contra la mujer, etc. Pero hay unos, los barrabravas de la política, que prefieren que les corten el dedo más largo antes que ver a Santos en la firma del acuerdo final.
Ese odio nos está llevando a la absurda paradoja de que nos vamos a matar por la paz que anhelamos todos, sin que nos goleen las Farc. Y lo hasta ahora alcanzado es bueno para este país, después de 50 años de guerra y 250.000 muertos, dolor, ruina y atraso.
La envidia también lleva a la mentira. Eso de que aquí llegaremos a un Estado castrochavista es como creer ver un gol de chilena de arco a arco. No se llenarán las cárceles de guerrilleros, pero no habrá indulto a los delitos de lesa humanidad, y las Farc tienen que reparar, contar la verdad, pedir perdón, garantizar no repetición. ¿Entonces? Es un proceso que la comunidad internacional respalda y ve como ejemplo. Unos piensan que un día Santos se gana el Nobel. ¿Y? Es como la Copa América de la paz. Eso también es bueno para Colombia. ¿O no?
El mundo es un polvorín. El fanatismo mata inocentes en Asia, Europa, Norteamérica... ¿Por qué no buscar nosotros la paz? Si los colombianos no queremos que haya miles de nuevas víctimas, hay que vestir la camiseta blanca, no la negra del odio que mata, y votar sí en el plebiscito, aunque aún no se sabe cuándo es. Lo demás es hacerle fuerza a que pierda Colombia, con una disculpa castrochimbista.
Luis Noé Ochoa
luioch@eltiempo.com
Luis Noé Ochoa
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