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La chiflatina a Santos

Los sentimientos de rechazo generalizado y de solidaridad con las víctimas son profundos.

Juan Lozano
La chiflatina contra Juan Manuel Santos empezó apenas subió a la tarima para dar un discurso en la plazoleta de los Héroes Caídos, al término de la carrera por los héroes, ayer.
Relatan las crónicas que, impotente ante el mal rato de su jefe, el ministro Pinzón decía: “Gústele a quien le guste, las Fuerzas Armadas tienen un comandante en jefe que le duele Colombia y es el Presidente. Yo les pido que no silben más. Vamos a rezar...”. El Presidente no pudo hablar más de un minuto, entre frases de cajón y consignas deshilvanadas.
Todo en torno de este episodio es deplorable. Parece que en la Casa de Nariño no han entendido que hay un dolor muy hondo en Colombia ante la crueldad de las Farc. Que la indignación no cesa. Que hay sentimientos de rechazo, ira, solidaridad con las víctimas, enfado generalizado, vehemente y colectivo. El país, que quiere la paz, ha llorado por sus soldados y reprocha toda pretensión de aprovechamiento político de la tragedia, venga de donde venga.
Aunque es evidente que la medida de prorrogar el cese de bombardeos fue improvidente y que puso en condición de vulnerabilidad a las tropas, que el propio Ejército había advertido en Twitter que las Farc habían roto la tregua, y que los polideportivos de la comunidad no son lugares aptos para albergar soldados, nada se arregla con insultos y rechiflas.
Les habría bastado a los asesores del Presidente ver las redes sociales para anticipar el clima que se vivía en la carrera. Más allá de la crueldad de las Farc, la primera reacción del Presidente ante la tragedia encendió aún más los ánimos. Fue fría y distante, como si estuviera reportando en su Twitter un accidente de tráfico, limitándose a lamentar los hechos, sin rechazarlos.
Luego, en vez de convocar un gran funeral de Estado para honrar la memoria de los héroes con misa en la Catedral Primada y honores en la plaza de Bolívar, como habría sucedido en casi cualquier país del mundo ante una masacre de este calibre, se dedicaron a marcarle el paso a Uribe, descolocados porque un adolorido padre de familia lo invitó espontáneamente al funeral de su hijo.
Y las tropas siguen dolidas porque Santos no ha enmendado una frase equivocada que deriva en víctimas de primera y de segunda. Un magnicidio como el asesinato de un general puede dar al traste con el proceso de paz pero la muerte de 11 soldados, no. Fue, creo yo, una ligereza verbal y no una consigna que refleje desprecio por la vida de los soldados y policías humildes, pero el Presidente debe corregirla y no lo ha hecho.
Y el maltrato salarial al que han sometido a policías y soldados, en la coyuntura también caldeaba los ánimos. A estas alturas del 2015, no les han incrementado el sueldo a los uniformados. El aumento ínfimo que les hacen no les llegó en enero, ni en febrero, ni en marzo, ni en abril. ¡Qué vergüenza, Ministro!
Y para rematar, no hubo claridad sobre el viaje de los ministros de Defensa y Justicia a EE. UU. Un trino de Juan Carlos Iragorri abrió el debate: “¿Fueron, muy en secreto, a hablar de ‘Simón Trinidad’?”, dijo. ¿O fueron a acordar con Vivanco los términos del reversazo en el fuero que se aprobó en ausencia de Pinzón? La fatídica coincidencia es que mientras andaban en este misterioso viaje, se fraguaba este siniestro atentado.
La indignación de la gente es comprensible, pero los chiflidos no resuelven los problemas. Se requiere definir un plazo para los diálogos (que iban a durar meses y no años). Y no es solo cuestión de plazo. Se necesita definir unas condiciones que den fe de la verdadera voluntad de paz de las Farc, que no pongan en peligro la vida y la seguridad de los colombianos para que se pueda firmar un acuerdo realista, justo y sostenible. Llegó la hora de la verdad. Que arranquen, ahora sí en serio, las negociaciones sobre los asuntos críticos. Y que el Presidente se amarre bien los pantalones.
Juan Lozano
Juan Lozano
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