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La blanquita no tiene tumbao

Las acciones de Dolezal -la activista que fingió ser afroamericana durante años- son indefendibles.

“¿Es usted afroamericana?”, le pregunta el periodista. Ella parpadea, duda. Su tupida melena rizada y oscura se agita de modo casi imperceptible. El ceño de la mujer se frunce, aunque parece que intenta reprimir la expresión de sorpresa y estupefacción. Finalmente responde: “No entiendo la pregunta”.
Sus rasgos de ‘blanquita’, cubiertos con una capa de base oscura, parecieran gritar la respuesta; pero ella transforma su rostro con una expresión de incomodidad, al estilo “¡déjame en paz, paparazzi!”, evade la respuesta y se va.
La mujer es Rachel Dolezal, quien pasó del anonimato al desprestigio el lunes 8 de junio cuando sus padres revelaron que ella, a pesar de llevar años posando de negra, en realidad era más blanca que la leche.
Pero, ¿por qué querría una mujer cambiar su raza? ¿Qué la movió a cubrir su color de piel y dejar atrás su lacia melena rubia? Ella lo explica como una movida fruto del instinto de supervivencia y agrega una sazón de términos que hoy en día derriten al establecimiento en Estados Unidos: lo hizo para darles voz a los oprimidos.
Algunos han dicho también que ser negro es más un sentimiento que una serie de rasgos físicos y que la complexión ósea. En plata blanca, Dolezal arguye que basta con querer ser negro para serlo, aunque para eso, claro, haya acudido a elementos ajenos a los “sentires”, como cambiar el color de su piel y de su pelo.
¿Por qué lo hizo? Al cambiar de raza o fingir ser de otra raza, Dolezal se convirtió en una famosa activista a favor de los derechos de las negritudes en Estados Unidos desde un alto cargo directivo de la NAACP (Asociación Nacional por el Avance de la Gente de Color) en Spokane, Washington, además de convertirse en instructora adjunta de Estudios Africanos en Eastern Washington University.
Dolezal ocupaba dos cargos relacionados con el estudio y la defensa de las negritudes; cargos que, si bien no son exclusivos de las personas de raza negra, suelen ser ocupados por miembros de esta minoría étnica.
Sus acciones -condenadas también por las grandes cadenas de información del país norteamericano, como CNN, The New York Times y The New Yorker- son indefendibles porque no distan de aquellos cometidos por un hombre cuando finge un accidente de tránsito para recibir dinero del seguro, o la mujer que finge estar desempleada para recibir ayuda gubernamental. La de Dolezal fue simple y llanamente una farsa que nos recuerda, en la realidad local, la farsa de los dos individuos que intentaron apropiarse de las curules destinadas a representantes negros en Colombia. Aunque ellos, valga resaltarlo, ni siquiera hicieron el esfuerzo de pasar por afrocolombianos.
El caso de Rachel Dolezal evidencia la sangre fría de algunos miembros de la definida “supremacía blanca” para arrebatarles a los negros los pocos espacios de liderazgo que merecen ocupar tras siglos de esclavitud, opresiones y vejaciones que farsantes como esta mujer pretenden defender.
María Antonia García de la Torre
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