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La batalla sin fin

La democracia exige que la oposición sea ante todo leal con los intereses superiores de la Nación.

Los del No apelaron a los más bajos trucos. La campaña de la oposición a la paz fue intimidante y especulativa. Se pusieron a difundir hipotéticos escenarios catastróficos. Amenazaron con un ‘Timochenko’ presidente; con que las amas de casa pagarían el costo de la paz en el mercado; con que existirían repúblicas independientes; con que quitarían las tierras para dárselas a las Farc. La campaña del No fue una pedagogía de la mentira.
Los del No apelaron al uso de contramarchas patéticas –dirigidas por un vociferante Uribe, desorbitado e incoherente– para intentar boicotear los eventos solemnes con los que se firmó el fin de la guerra más antigua del hemisferio. El vociferante Uribe agredió la solidaridad global para con el país, dejando perplejos a los gobiernos amigos y a los organismos internacionales ante el espectáculo de un exjefe de Estado comportándose como un pelafustán.
Los del No apelaron al exprocurador Alejandro Ordóñez, que salió del clóset para confirmar que su gestión estuvo teñida de una proclividad uribista destinada a volverse el próximo candidato presidencial del Centro Democrático. Su opción por el No tuvo el ingrediente amenazante –para los empleados públicos autorizados por la Corte a participar– de que Ordóñez se fue del cargo, pero los que lo lloraron al despedirse ahí están, protegiendo su heredad.
Los del No apelaron a tratar de deslegitimar el proceso electoral con denuncias falsas de publicidad gubernamental, de despilfarros, de compra de votos, de presión a autoridades locales, del uso de bienes del Estado para el Sí, de persecución a sus seguidores, entre muchas otras cosas. Todas son denuncias retóricas sin pruebas y con el objetivo de arruinarles la fiesta a los colombianos. Se someten al voto popular y después tratan de invalidarlo. Malos y resentidos perdedores.
Los del No apelaron al expediente de querer cobrar la abstención –que tiene un patrón estructural bien conocido por los politólogos– como un triunfo propio. Hicieron campaña a sus anchas habiendo escogido el No como bandera y ahora quieren ganar con el mañoso argumento de que quienes se abstuvieron de salir a las urnas rechazan los acuerdos. Bastaría recordar que la participación en las elecciones presidenciales de Uribe estuvo por debajo del promedio histórico.
Los del No difamaron al primer mandatario con estupideces como la de que era un esbirro de Chávez y que lo que quería era ganarse un premio Nobel. Qué bajeza.
Los colombianos deseamos fervientemente que, pasado el plebiscito, se acaben las rencillas y que las energías renovadas de la Nación se concentren en construir la paz, en edificar esa nueva Colombia, en solucionar los problemas de la gente. Desafortunadamente el uribismo, con sus declaraciones de ayer y de hoy, ya optó por tratar de impedir ese anhelo general de una reconciliación política nacional.
Ya anunciaron una batalla sin fin contra los acuerdos. Se van a dedicar a meterle palos en la rueda a la paz y atravesarse como mula muerta. Es legítimo hacer oposición, bienvenida, pero la democracia exige que esta sea ante todo leal con los intereses superiores de la Nación.
El sueño de que “cesen los partidos y se consolide la unión” lo han pospuesto quienes ponen sus ambiciones de volver al poder por encima de la felicidad de la patria. Nadie presume que el camino iniciado está exento de tropiezos. Eso siempre ha sido así en cualquier democracia que opta por la reconciliación. La ventaja es que la inmensa mayoría de los colombianos no se dejarán desviar del propósito de heredarles a los hijos y a los nietos un país sin barbarie.
Dictum. Hoy es un nuevo comienzo. Todo cambió, lo impensable es posible. Seamos realistas; exijamos lo imposible, otra vez.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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