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Jurgo

Seis largos y peligrosos meses faltan para que se vaya el Procurador de su trono, de su altar.

Solo me sirve la expresión colombianísima ‘un jurgo’ cuando pienso en los seis largos, peligrosos e injustos meses que faltan para que se vaya el ultrarreligioso procurador Ordóñez de su trono, de su altar: no falta más ni falta menos que ‘un jurgo’, porque un jurgo es un montón y es demasiado, para que termine el segundo periodo de este insaciable vigilante del Estado que –con nostalgia violenta por una democracia que no lo sea tanto: “cara al Sol con la camisa nueva...”– ha estado luchando para que Colombia vuelva a ser ese país de machos de Dios que ha querido ser y ha sido. Todo lo que no sea él, según él, se ha estado extralimitando aquí en Colombia en estos años: las mujeres, los homosexuales, los liberales, los pacifistas, los animales. Pero, como acá todo vago con cierta notoriedad puede amanecer convertido en “presidenciable”, su discurso no parece de moralista sino de doblemoralista, de candidato.
Y seis meses son eternos si los tiene a su favor un candidato que puede inhabilitar a los demás candidatos, pero además son un jurgo de tiempo si no hay nadie que vigile al vigilante.
Por qué vale la pena otra columna sobre Ordóñez: porque no hay que acostumbrarse al hecho de que mes por mes por mes estemos pagándole su salario a un hombre que no elegimos –dicho sea de paso: estamos pagándole un jurgo– para que vaya por ahí repitiendo temeridades como que en el proceso de paz “solo hay una parte: el Gobierno y las Farc”; porque se están cumpliendo veinticinco años de una Constitución para todos, la de 1991, que los astutos retardatarios de su talla han conseguido forzar para que como un manual de exclusión siga defendiendo a los temibles de siempre; porque el indescifrable Consejo de Estado, en un giro de aquellos, está a punto de declarar lo evidente: la ilegalidad de la reelección de Ordóñez –pues, violando el artículo 126 de la Constitución, fue ternado por magistrados en deuda con él– en las peores horas del 2012.
Y el Procurador ha estado entorpeciendo el proceso a más no poder, como cualquier Petro con cualquier Ordóñez, a punta de recusaciones contra los consejeros que tienen la destitución entre sus manos.
Y así, con sus mañas de populista que el pueblo desconoce, está cumpliendo tres años y seis meses en un cargo que tendría que habernos devuelto desde el primer día.
Y el Consejo de Estado no solo ha rechazado su comportamiento “desleal”, “dilatorio” e “indigno”, sino que desde la semana pasada ha pedido que sea investigado disciplinariamente: que alguien vigile al vigilante.
Por qué vale la pena seguir escribiendo sobre el Procurador: porque su presente es tan peligroso como su pasado; porque denunciar sus métodos no es un ataque personal –que allá él si quiere ir de tirantas o ponerse cilicio o presentar los deportes en Noticias RCN–, sino un llamado a que nadie esté, ni mucho menos se sienta, por encima de la ley; porque va siendo hora de escribir, en un aviso clasificado, que esta próxima vez se busca un procurador que jure por la Constitución de 1991 que va a cumplirla, que dedicará su periodo a la defensa de los derechos de todos, a la paz. Oí ayer, por ahí, que alguien le decía a alguien que aunque sea lo justo no vale la pena ya pelear para que la elección de Ordóñez sea declarada ilegal “porque ya solo nos quedan seis meses de este suplicio”. Y fue entonces que decidí escribir de esto porque lo justo es lo justo.
Y porque seis meses más de abusos del poder, seis meses más de infamias contra el proceso de paz, seis meses más de azuzar a los violentos, seis meses más de estridentes discursos en contra de los derechos de las mujeres, son una pesadilla por delante: un jurgo, sí, pues el tiempo solo pasa volando si estamos a salvo.
Ricardo Silva Romero
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