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Valores olímpicos

Nuestros deportistas se convirtieron en ejemplo de los valores de la sociedad colombiana. Gracias.

Juan Lozano
Escribo con nostalgia por el fin de los Juegos Olímpicos. Después de estos días de encuentro maravilloso con los valores tutelares de la especie humana, encarnados en más de 11.500 atletas de 207 países, en 42 disciplinas distintas, produce mucha tristeza que se nos acabe esta larga y emocionante cita cotidiana de las últimas semanas.
Honrar el juego limpio como valor superior, acompañado por la solidaridad y la amistad como faros del evento, tal como sucedió en Río, me ponen a hacerle coro a César Augusto Londoño: qué grande es el deporte, así debería ser la vida. Viviríamos todos mejor si las virtudes que inspiran el deporte fueran simultáneamente las que inspiraran a la sociedad.
Bondad, generosidad, respeto, responsabilidad, honestidad, perseverancia y humildad, que son los 7 valores fundamentales, tal como se expresan por Beatriz Vásquez en ‘Renaciendo en valores’, fueron, en todas las horas, los que exhibieron los deportistas del mundo y particularmente los nuestros que se trajeron las medallas, los diplomas o que honraron a nuestra patria con su participación abnegada.
Ellos resumen lo mejor de Colombia. La inmensidad de sus luchas, de su capacidad de resistirse al sufrimiento y superar tempestades, su decisión de vencer las adversidades y saltar los obstáculos, su fortaleza para luchar por sus sueños y volverlos realidad, su temple de acero ante las derrotas y su humildad en la hora del triunfo.
Inteligencia, talento, corazones grandes, almas puras, sonrisas infinitas, lágrimas y festejos que salen del fondo de espíritus nobles, familias que sufren y gozan desde la distancia y comunidades enteras que vibran con ellos. Así debería ocurrir en todo frente. Así se debería permitir el ascenso desde las cunas más humildes hasta las cumbres más elevadas a punta de tesón y dedicación. Así deberían funcionar todos los procesos de selección: por mérito. Así se deberían entregar todos los premios y recompensas: por logros. Así se debería ascender en todos los podios de la vida: por esfuerzo y merecimiento, sin roscas, ni palancas ni exclusiones discriminatorias.
Los juegos nos dejan momentos imborrables. Como el partido de vóley-playa disputado entre burkas y mangas largas en un equipo, y bikinis en el otro. Bien lo dijo ‘Bocas’: “La foto del partido Egipto-Alemania es otra imagen icónica, símbolo de diversidad cultural, tolerancia y respeto”. O como la selfi de Lee Eun-Ju, de Corea del Sur, y Hong Un-Yung, de Corea del Norte. O como la participación de los atletas refugiados de Siria, Sudán, Etiopía o el Congo. O como la lección superior de grandeza de Michael Phelps al celebrar la victoria de su joven contrincante.
Los nuestros nos hicieron llorar de la dicha por la ternura que inspiran, la admiración que despiertan, la fortaleza que irradian, la grandeza que despliegan. La mejor participación de Colombia en la historia. Los oros de Mariana, Caterine y Óscar, las platas de Yuri y Yuberjen, los bronces de Íngrit, Carlos Alberto y Luis Javier los consolidan como héroes y heroínas para siempre. A ellos, mil veces gracias.
Y gracias a todos los deportistas que ganaron los 13 diplomas. Y a quienes, a pesar de entregarlo todo, no lograron las medallas, como Jossimar o Fernando o Sergio Luis o Ceiber, víctima de un veredicto perverso, entre otros. Y gracias a sus seres queridos, que los llenaron de amor y fuerza. Y gracias a sus preparadores y entrenadores. Y un reconocimiento merecido al comité olímpico, a Baltazar Medina y a Ciro Solano. Y gracias a todos los que en algún momento de la vida les tendieron una mano.
Así, tras el cierre de los Juegos, mi consuelo es que empiezo con toda ilusión a hacerle barra a Nairo, al ‘Chavito’ Chaves, al ‘Puma’ Atapuma, a ‘Supermán’ López, a Jonathan y a todos los ciclistas colombianos que ya están pedaleando en la Vuelta a España.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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