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Más allá del homenaje a ‘Jojoy’

Se agota el ‘fast track’ sin que las Farc ni el Gobierno cumplan todos sus compromisos.

Juan Lozano
Cada cual tiene derecho a llorar sus muertos como quiera llorarlos. En la intimidad del hogar o en la calle ventilando recuerdos y sentimientos. Pero cuando se hace público el homenaje a un muerto y se promociona como acto con contenido político, sus oferentes inscriben el tributo en la contienda política polarizada y tienen que estar preparados con pacífica tolerancia para escuchar las voces de sus víctimas y sus contradictores.
Eso fue lo que ocurrió con el homenaje al ‘Mono Jojoy’, promocionado por las Farc, que a la postre se desarrolló como un cambio de ubicación de los restos, con la presencia de algunos jefes de las Farc y unas palabras de su hijo, quien, según este mismo diario, pidió perdón a Colombia “por la guerra”.
Era absolutamente predecible la indignación que generaría entre las víctimas de ‘Jojoy’ y en muchos sectores del país. Al fin de cuentas, cuando cayó abatido en un bombardeo en La Macarena, el 22 de septiembre de 2010, ‘Jojoy’ tenía más de 60 órdenes de captura, solicitud de extradición y sindicación por un extenso repertorio de delitos y crímenes de distinto pelambre, incluyendo los crímenes más atroces, los crímenes de lesa humanidad.
Aunque en la historia de Colombia hemos presenciado muchos homenajes ofensivos que se tributan a gentes de izquierda y derecha, uniformados o no, ese pecado compartido no borra las memorias del horror en la sociedad ni se debería usar como argumento para impedir que se levanten las voces que reclaman a las Farc que cumplan plenamente con su palabra y honren sus compromisos que hoy siguen sin cumplir, antes de avanzar en la ruta política.
A mí, francamente, me produjo miedo el tono intimidante de las palabras de miembros de las Farc usadas para referirse a quienes formulaban sus reparos frente al homenaje. Y ante la incompetencia probada y el fracaso de quienes tenían que contener el avance de los miembros de las Farc que no se desmovilizaron o que se devolvieron al monte donde lucen fortalecidos Eln, ‘bacrim’ y clanes criminales, así como el retorno a los retenes armados de las Farc-Ep versión disidencias, solo queda rogarle a Dios que no estemos empezando a cruzar el portón de la versión 2017 de una nueva combinación de todas las formas de lucha. Ojalá que no.
El problema se hace más grave porque la característica distintiva de este gobierno de prometer y no cumplir, esencia misma de su ADN de conejo multiforme, se ha extendido hasta los predios de la implementación del acuerdo de paz, donde parece que solo Rafael Pardo estuviera poniéndole el pecho al huracán. Justo es decirlo. No son solo las Farc las que han incumplido. El Gobierno también. Entre contratos sospechosos para las zonas veredales, vacilaciones administrativas y falta de gerencia, llegó primero la hora de levantar tales zonas que el cumplimiento de su adecuación.
Cómo no reconocer que las Farc fueron pacientes ante la catástrofe administrativa del Gobierno con la adecuación de las zonas. Y cómo no reconocer que la suma de errores políticos, vacíos de liderazgo, chambonadas jurídicas y la estampida de los negociadores para tramitar sus propias ambiciones políticas o personales hacen ya imposible cumplir con la agenda legislativa del cuestionado ‘fast track’.
Por eso, el homenaje a ‘Jojoy’ es lo de menos. Allá ellos. Lo más grave es que, después de la desmovilización y a pesar de la entrega de muchas armas (cuyas cifras aún no cuadran) a seis meses de las primeras elecciones del año entrante, ni el Gobierno ni las Farc están cumpliendo plenamente su palabra, en medio de una gran confusión política, sin liderazgos definidos en las candidaturas presidenciales, sin la JEP lista, con un país asfixiado por la corrupción en todas las ramas del poder público, con una economía desacelerada, con el país invadido de cultivos ilícitos y con Estados Unidos reclamando duro. Ojo.
JUAN LOZANO
Juan Lozano
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