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Coaliciones presidenciales y elección legislativa

Ya no es viable hacer consultas entre múltiples candidatos provenientes de varios movimientos.

Retomo en este artículo el tema de las coaliciones, a las que me he referido en tres notas de 2017, y sugiero contemplar dos eventuales escenarios. En uno, Vargas Lleras terminaría en la coalición de derecha que orientan Uribe y Pastrana, dado que los candidatos actuales de esa alianza no tienen el suficiente caudal de apoyo para triunfar en la primera vuelta.
Uribe, más que Pastrana, ha tendido a jugar a ganar de entrada: a él le fue muy bien en sus dos elecciones, y sabe que con Zuluaga perdió. Ordóñez, Duque o Ramírez no garantizan una victoria en la segunda vuelta. Paralelamente, la coalición de izquierda cierra filas en torno a Petro y la coalición centro-progresista se consolida con el liderazgo de Fajardo. De estas dos opciones, la más competitiva y la que marcha adelante es la de Fajardo.
El otro escenario consistiría en dos amplias coaliciones. El eje sería menos ‘ideológico’ –izquierda, derecha, centro– y más ‘estructural’ entre un proyecto tradicional –restaurador– intemperante enraizado en el pasado y otro moderno-reformista-gradual con la mira en el futuro. Para ponerles nombre: coalición siglo XX versus coalición siglo XXI.
Un dato clave que podría influir en uno u otro escenario es la elección legislativa de marzo. En Colombia existe la percepción de que: a) la votación al Congreso no moviliza y la abstención es alta (algo que sí les sirve a los candidatos con maquinarias); b) la contienda parlamentaria no ‘define nada importante’ (aunque ese es un error de quienes creen que el Legislativo es intrascendente); y c) la elección a Cámara y Senado no tiene efecto simbólico, pues no crea ‘clima de opinión’ (suponiendo que solo los presidenciables monopolizan el discurso y la movilización).
Quizás una de las novedades de 2018 sea que el resultado de la legislativa fuese relevante y revelador: por ejemplo, a ciertos candidatos, en especial por derecha, les podría ir bastante bien, y algunos presidenciables con más legisladores electos podrían decir que eso les asegura ‘capacidad de gestión’. Si lo anterior ocurriese, ello coadyuvaría a repensar los frentes electorales a pocas semanas de la primera vuelta presidencial. No estoy sugiriendo que habrá una masiva votación al Congreso, solo que la usual baja participación tendrá, esta vez, un impacto político significativo y que podría llevar a recalcular las opciones a la presidencia. Hay que recordar que la elección legislativa es el 11 de marzo y que el 16 vence el período de modificación de inscripción de candidaturas.
El sistema electoral de dos vueltas está concebido para alentar en la primera una variedad de alternativas que creen poder triunfar, mientras que en la segunda se forjan acuerdos entre diferentes fuerzas para efectivamente ganar. Así, los incentivos para converger en la primera vuelta son exiguos, pues se cree tener el respaldo suficiente para llegar a la segunda instancia. Esto implica que las diversas coaliciones y candidatos insistirán en competir individualmente y solo alcanzarían compromisos políticos para el balotaje.
En síntesis, el único modo de que se reconfiguren dos grandes coaliciones –la siglo XX y la siglo XXI– para la primera vuelta y que la siglo XXI asegure su victoria es mediante un mecanismo extra-político: la generosidad acompañada de buena fe. Ya no es viable hacer consultas entre múltiples candidatos provenientes de varios movimientos. Se trata, más bien, de que algunos resignen ambiciones en pos de un pacto de gobernabilidad de un Ejecutivo que necesita un gran mandato, pues posiblemente no disponga de mayoría legislativa, enfrente seguramente retos enormes y encuentre, sin duda, una ciudadanía hastiada.
JUAN GABRIEL TOKATLIAN
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella (Argentina)
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