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¿Mi querido Watson?

Eso es lo que determinará un juez: el momento de la transformación moral de un personaje de ficción.

La semana pasada un titular de prensa en apariencia absurdo e inquietante circuló durante dos días por las redes sociales (‘circuló en redes’, como se dice ahora) y luego se apagó y casi nadie le puso mayor atención. Es ese un poco el destino de las cosas en esta época del coronavirus, y es que nadie se fija mucho en ellas sino solo en las cifras y los estragos de la pandemia: los contagios diarios, los ventiladores, las turbas sin IVA, etcétera.
Pero este titular sí parecía muy raro, al menos como lo redactaron o reprodujeron en español casi todos los medios latinoamericanos: ‘Conan Doyle demanda a Netflix’. El profesor Moisés Wasserman, colega mío en estas páginas y defensor siempre de la razón y la sensatez, preguntó en su cuenta de Twitter: “¿Conan Doyle no murió hace 90 años?”. Fue la misma pregunta que nos hicimos varios, intrigados por la noticia.
En realidad se trata de una demanda que los herederos de Arthur Conan Doyle, creador inmortal de Sherlock Holmes, interpusieron en un tribunal en los Estados Unidos contra Netflix, la escritora Nancy Springer y la editorial Random House. La causa parece muy prosaica pero no lo es en absoluto, y se refiere a la custodia de los derechos de autor en el uso y la explotación comercial del famoso detective y su leyenda.
Como se sabe, Netflix estrenará pronto una película llamada 'Enola Holmes', la cual está inspirada en las novelas de Nancy Springer, quien se inventó un personaje con ese nombre: una hermana adolescente de Sherlock Holmes que también resuelve casos y misterios. Esas novelas son por supuesto un homenaje a las que escribió Conan Doyle, y muchos personajes de la saga original aparecen allí con su nombre y su vida de siempre.
¿De siempre? No. O por lo menos eso es lo que alegan los herederos de Conan Doyle, y es que una buena parte de las novelas e historias de Sherlock Holmes ya están en el dominio público y la gente puede hacer con ellas lo que quiera, pero hay otras, las últimas diez, que todavía están protegidas por las leyes de derechos de autor y le pertenecen a la familia del gran escritor.
Y lo que dice la familia es que el Sherlock Holmes de las novelas de Nancy Springer, y por lo tanto el de la película de Netflix, está inspirado en el Sherlock Holmes que sale en las últimas diez historias sobre el personaje escritas por Conan Doyle, justo las que están protegidas por la ley. ¿Por qué? El argumento de los herederos es contundente: porque ese Sherlock Holmes ya tiene sentimientos, ha cambiado.
Y es cierto: el último Sherlock Holmes ya no es frío ni implacable, y ahora revela una sensibilidad que antes no tenía. Ello se debe sin duda, dicen los herederos, a que su autor había perdido a un hijo y a un hermano en la Primera Guerra Mundial. Quizá. Eso es lo que tendrá que determinar un juez en un pleito en la realidad: el momento exacto de la transformación moral de un personaje de ficción; la vida o la novela, esa es la cuestión.
Un dilema siempre presente en la historia (¿el destino?) de Sherlock Holmes, al punto de que Scotland Yard le mandaba a Conan Doyle muchos de sus casos más difíciles para que él los resolviera con su intuición de novelista. Y cuando el maestro quiso matar a su célebre personaje y héroe, una turba enloquecida, como del día sin IVA aquí, fue a lincharlo a su propia casa, y no le quedó más remedio que revivirlo a su pesar.
La puerta giratoria entre la ficción y la realidad; ese espejo dentro del que siempre estamos, sin saber nunca muy bien de qué lado. No en vano fue Charles Dickens quien cambió con una novela el sistema carcelario inglés.
Elemental, mi querido Watson. Aunque esa frase jamás la dijera Sherlock Holmes. Por ahora.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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