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Los tiros por la culata

 Quienes asistimos con frecuencia a encuentros poéticos y literarios en distintas regiones del territorio patrio debemos soportar a una dama del público que toma la voz para increpar a los organizadores del evento por conformar el elenco de invitados con una gran mayoría de varones y sólo unas cuantas intelectuales de cabellos y uñas más largos. De vieja data se sabe que en la nómina activa de escritores y poetas, como en todas las profesiones menos en una, prevalece el número de ciudadanos del sexo masculino por encima del género femenino.
A quien se le rellenó la taza es a la delicada poeta Anabel Torres, radicada en Mallorca (España) –en los últimos años dedicada a un hostigante apostolado con ribetes de feminismo–, con motivo de VI Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, en Calarcá, donde, de veinte ponentes, sólo dos visten faldas. Tal vez sean un poco más, lo que no invalida su ira. Acusa al evento de ser un catálogo o inventario de señores. No le preocupa que sean buenos escritores los invitados (e invitadas), sólo que se trate de una aplastante mayoría de braguetas. Sin detenerse en que casi todos los cargos importantes de la cultura en el país están ocupados por orondas señoras. Y que al Festival de Poetas Mujeres, de Roldanillo, no inviten hombres, ni siquiera con faldas.
A esta protesta se sumó de inmediato, desde Suecia –y ambos documentos los publicó NTC–, Carlos Vidales, el hijo del maestro de Suenan timbres, quien en feroz diatriba acusa a los organizadores del encuentro que homenajea la memoria de su padre, de “quedarse con todo el dinero” que recaudan, y pide que mejor ni lo inviten porque a lo que iría sería a reclamar los cuadros, documentos, papeles, aparato de radio y muebles que se robaron a la muerte del viejo maestro. Con semejante salida de tono, es de dudar que los organizadores, acusados públicamente de “estafadores intelectuales” y de “asociación para delinquir”, se empeñen en continuar con el evento, cuya última edición acaba de culminar con notable éxito. Otro evento con nombre inmortal que se pierde, como se perdió el Premio de Poesía María Mercedes Carranza, y como va camino de perderse el carnaval del Diablo, en Riosucio (Caldas), cuando los familiares del patas, que no son pocos, pongan el grito en el cielo porque los están tumbando económicamente con el prestigio del viejo.
Para dar autoridad a su reclamo, “¿y de las escritoras, qué?”, con algo de ligereza afirma la poeta exiliada por su propia voluntad y recursos: “Gabriel García Márquez llevó a la cresta de la popularidad la lírica y pegadiza expresión popular ‘¿y de la guayaba qué?’ ”. Primero que todo, no fue tan lírica ni tan expresión popular la pegadiza frase. Hizo parte de uno de los mejores comerciales en la historia de la publicidad colombiana, propuesto para California por un genio creativo que no fui yo, con el fin de promocionar su mermelada. Una pregunta al final, expresada con voz chillona: “Y de la guayaba, ¿qué?” constituyó un gimmick, o gancho, tan fuerte, que opacó la marca. Allí fue cuando Fruco se avispó y puso unas pancartas en los mercados: “Aquí está la guayaba”, y acaparó las ventas. Así suelen salir los tiros por las culatas.
García Márquez, capturado por el golpe de ingenio del creativo, y en alusión a su evocador “olor de la guayaba”, adjudicó ese título a una de sus columnas en El Espectador (28-7-82), precisamente en la que explicaba su salida del país y calificaba el gobierno de Turbay como el peor en nuestra historia. Ajuste de cuentas por el intento de conducirlo a la caballerizas de Usaquén, como dejó constancia que habían hecho con el patriarca Luis Vidales. Así les salen los tiros por la culata a los presidentes cuando se las pasan de vivos con los escritores.
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