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El erotismo en ‘Cien años de soledad’ I

Nunca García Márquez cae en la rutina de lo previsible. 

Mario Vargas Llosa escribió: “La frontera entre erotismo y pornografía solo se puede definir en términos estéticos. Toda literatura que se refiere al placer sexual y que alcanza un determinado coeficiente estético puede ser llamada literatura erótica. Si se queda por debajo de ese mínimo que da categoría de obra artística a un texto, es pornografía”. Lo anterior quiere decir que para que las escenas eróticas en una novela no caigan en pornografía barata debe haber refinamiento literario al escribir. Y esto es lo que el lector encuentra en ‘Cien años de soledad’. Nunca García Márquez cae en la rutina de lo previsible. Su lenguaje, en este sentido, es apenas sugerente.
Las escenas eróticas están narradas con el cuidado extremo que se requiere para darle al tema dimensión artística.
Si un texto literario aborda el tema del sexo como expresión natural de la condición humana, arropando las escenas eróticas con belleza literaria, dándole dimensión artística, logra transmitirle al lector una imagen bella de la relación sexual. Pero si el escritor no tiene la maestría para manejar el erotismo con arte literario, cae fácilmente en un relato de contenido pornográfico. En el caso de García Márquez hay que anotar que en ningún momento cae en expresiones de mal gusto. Si algo sobresale en las escenas eróticas que recrea en ‘Cien años de soledad’ es la donosura del idioma, que no le permite caer en excesos verbales. Lo que hay en esos relatos es el arte de un narrador que sabe hasta dónde puede avanzar con esas escenas donde la pareja se entrega para disfrutar el cuerpo.
En esta obra se advierte ese cuidado que pone García Márquez para narrar temas que tienen connotación erótica. La primera escena de este tipo es cuando nace José Arcadio. La mamá, Úrsula, se asusta cuando, después del alumbramiento, descubre que el bebé nace con el pene muy grande. Preocupada, le pregunta a la partera sí eso no es peligroso; la mujer le contesta que se quede tranquila porque, cuando sea mayorcito, el muchacho “va a ser muy feliz”. La buena dotación que le dio la naturaleza le servirá para hacer felices a las mujeres. Una vez se hace hombre, se dedica a vivir de ellas. Tanto, que le pagan por hacerles el amor. Cuando se va de Macondo, detrás de una gitana que llegó con el circo, sobrevive gracias al portento de herramienta con que fue dotado.

Lo que hay en esos relatos es el arte de un narrador que sabe hasta dónde puede avanzar con esas escenas donde la pareja se entrega para disfrutar el cuerpo.

Cuando José Arcadio vivía en la casa de Macondo, Pilar Ternera se enamoró de él al descubrir el “tremendo animal dormido que tenía entre las piernas”. Se enamora tanto, que lo convierte en su amante. Le permite que todas las noches la visite en su casa. Dejaba el portón ajustado para que él entrara sin problemas después de que se escapaba, caminando en puntillas, de la casa. Cuando regresaba al amanecer, exhausto de las faenas sexuales de toda una noche, lo hacía sigilosamente para no despertar a nadie. Sin embargo, Aureliano, el hermano, se daba cuenta de sus salidas. Pero nunca le decía nada. Hasta que un día no se aguantó y le preguntó que para dónde salía todas las noches. Con la condición de que nunca se lo dijera a Úrsula, José Arcadio le contó la verdad.
La actitud de José Arcadio hacia Pilar Ternera cambia cuando ella le dice. “Ahora sí eres un hombre”. Como él no entendió lo que la amante le decía, ella se lo explicó: “Vas a tener un hijo”. Entonces empezó a escondérsele. Y encuentra la fórmula precisa para huir de ella la tarde en que llegan de nuevo los gitanos con un circo. Con ellos llega una mujer, gitana ella, casi una niña, que lo deslumbra con su belleza. José Arcadio se le acerca por la espalda, y la convence para que hagan el amor en una cama del circo. Es ahí cuando otra gitana que entra con un tipo a hacer el amor en la misma pieza descubre que está muy bien dotado. La mujer le dice: “Muchacho, que Dios te la conserve”. Después de hacer el amor con la gitana joven, decidió irse con el circo y dejar a Pilar Ternera con su hijo.
La pelea que en la novela tienen José Arcadio Buendía y Prudencio Aguilar tiene también connotaciones eróticas. El esposo de Úrsula Iguarán mató a su compadre Prudencio Aguilar atravesándole la garganta con una lanza. Ocurrió porque en una riña de gallos el ejemplar de José Arcadio venció al de Prudencio Aguilar. Fue la tarde de un domingo. Al ver a su animal muerto, Prudencio Aguilar le gritó: “A ver si por fin ese fallo le hace el favor a tu mujer”. José Arcadio Buendía respondió en tono calmado: “Vuelvo enseguida”.
Luego dijo: “Anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar”. Diez minutos más tarde regresó José Arcadio a la gallera, armado de una lanza que fue de su abuelo. Prudencio Aguilar lo estaba esperando en la puerta. Pero no tuvo tiempo de defenderse: el viejo lo mató en el primer lanzazo.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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