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¿Es Duque un presidente debilucho?

Le vendría bien encontrar una bandera con la que los colombianos lo identifiquen.

Si es verdad que todo presidente tiene una luna de miel durante su primer año de gobierno, entonces a Iván Duque se la quedaron debiendo. Se volvió lugar común advertir que ha tenido la menor gobernabilidad en mucho tiempo y que la agenda legislativa está bloqueada por su culpa. Sin embargo, el Presidente y su muy criticado equipo político han sacado adelante una ley de financiamiento que, si bien no será suficiente, le permite tener dos años de relativa solvencia, lo mismo que un plan de desarrollo que, para tranquilidad de los que creían que Duque haría trizas el acuerdo de paz, tiene fondos suficientes para honrar fiscalmente los ambiciosos compromisos adquiridos en los papeles de La Habana.
Contra todo pronóstico, sacó adelante la ley de las TIC, que en diciembre del año pasado parecía embolatada, y ha encarado con éxito dos debates de moción de censura a sus ministros de Hacienda y de Defensa, sin que, por ahora, alguien haya mostrado una prueba concreta de que esté comprando voluntades políticas con puestos. Al contrario, por las rabietas de los directores de algunas colectividades y de sus propios copartidarios, es fácil llegar a la conclusión de que tiene pasando hambre a más de un político garoso.
Si la gobernabilidad se midiera por haber sacado adelante una reforma política o una reforma de la justicia o una reforma pensional estructural, entonces tendríamos que llegar a la conclusión de que todos los presidentes hacia atrás padecieron de un alto grado de ingobernabilidad, pues ninguno ha hecho lo que ahora varios analistas le demandan al actual gobernante sin haber completado siquiera un año en el poder.
Pero, además, Duque ha enfrentado dos paros durísimos y extensos, como el de los estudiantes y el de los indígenas en el Cauca, y en ambos casos ha logrado acuerdos razonables y no tan costosos como en los que nos habían embarcado irresponsablemente sus predecesores.

Cuando Uribe lo criticó públicamente por su negociación con la minga en el Cauca, Duque, por el contrario, selló el acuerdo y logró desbloquear las vías.

De nuevo: si la fortaleza de un presidente se calculara en el número de veces que ha tenido que enfrentarse con cortesía pero con determinación a sus compañeros de partido, incluido el expresidente Álvaro Uribe, el actual mandatario tendría varias medallas colgadas en el cuello.
Cuando Uribe lo criticó públicamente por su negociación con la minga en el Cauca, Duque, por el contrario, selló el acuerdo y logró desbloquear las vías. Cuando le pidieron objetar toda la ley estatutaria de la JEP, Duque planteó solo algunas observaciones puntuales. Y, más recientemente, cuando las voces de los uribistas radicales pedían que decretara una exótica conmoción interior por el caso de Santrich, el Presidente y su equipo actuaron en contra de lo que les pedían esas voces.
¿Y entonces por qué pintan a Duque como un pusilánime al que le está yendo pésimamente? Algunos, porque les interesa hacerlo ver así para aumentar su capacidad de presión y que ceda ante sus pretensiones burocráticas. Otros, porque les hace falta que los llamen a la Casa de Nariño para pedir sus luces y clarividencias. Varios más, porque los dejaron sin contratos en su doble papel de asesores y opinadores dizque independientes, y a la inmensa mayoría les queda sonando eso del “Presidente sin liderazgo” porque el Gobierno no está cumpliendo del todo con su tarea de comunicar lo que hace y porque, quizás, como dice María Isabel Rueda, en medio de las estridencias, hace falta que el Presidente encuentre su tono propio y lo haga sentir sin traicionar su esencia.
Seguramente, a Duque le vendría bien encontrar una bandera –una sola– con la que los colombianos lo identifiquen y con la que pueda mostrar resultados medibles, pero no creo que sea un debilucho al que le esté quedando grande Colombia.
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