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José Asunción Silva, 150

A Silva hay que leerlo y releerlo, pues se trata de un poeta nacido para todas las épocas.

Enrique Santos Molano
En un día como hoy (mejor que hoy) nació en Bogotá hace 150 años el hijo mayor de don Ricardo Silva y doña Vicenta Gómez, José Asunción. José Asunción Silva Gómez, quien empezó su vida literaria desde los 5 años, en calidad de asistente a las tertulias de El Mosaico que correspondían en la casa de sus padres, y la terminó a los 31, con la redacción de la novela De sobremesa, cuyo borrador finalizó poco antes de su abrupta y misteriosa muerte.
Como todo lo que vale, el cadáver, la memoria y la obra de José Asunción Silva pasaron a ser propiedad privada de un pequeño grupo de sus sedicentes “amigos íntimos (y póstumos, diría yo) que para rescatar del olvido al “ignorado poeta” le tejieron una serie de leyendas enmarañadas que pretendían explicar las causas de su “suicidio” y que, lejos de explicarlo, lo hicieron inexplicable. Con mentiras repetidas sin cesar, con falsedades hábilmente acomodadas, con omisiones deliberadas, y obscenidades manifiestas, se inventaron un José Asunción Silva que no existió jamás.
Tratando de entender los motivos reales que habrían llevado a José Asunción Silva a suicidarse de la manera menos indicada posible, pegándose un tiro en el corazón (un tiro que nadie oyó) a las tres o cuatro de la madrugada del 24 de mayo de 1896, trabajé veinte años en su biografía, una biografía que, con la irresponsabilidad más alegre, me había comprometido a entregar en cuatro meses. Empecé a mediados de 1972 y terminé a mediados de 1990. Cuando inicié el primer borrador, en 1985, ya tenía una conclusión: José Asunción Silva no se había suicidado. Su muerte fue el producto de una clásica conspiración, adecuadamente orientada para hacer que aparentara un suicidio. Digo que adecuadamente porque todos a una entre el público mascaron y se tragaron, sin ninguna duda, la hipótesis del suicidio. Debería decir que chambonamente, porque esa hipótesis aceptada como verdad absoluta está compuesta o plagada de inconsistencias, contradicciones, hechos falsos y omisiones increíbles. Aunque identifiqué a los autores del asesinato de José Asunción Silva, me fue imposible reunir las pruebas concretas, contundentes, que me permitieran mencionarlos y acusarlos. De hecho, están mencionados en el libro que escribí (El corazón del poeta, Nuevo Rumbo Editores, 1992, 920 páginas), mas no acusados.
La publicación del libro con la hipótesis del asesinato generó el rechazo universal. Cómo me atrevía a dudar del suicido de José Asunción, dogma sagrado, me increparon muchos. Hasta el inolvidable R. H. Moreno Durán me preguntó un día: “¿Y a usted no lo han amenazado por ese libro?”. La verdad, no, nadie me ha amenazado nunca; pero mucha gente sí me quitó el saludo.
Con el paso de los años, la hipótesis del asesinato se ha venido abriendo camino entre los lectores, e incluso entre valiosos miembros de la comunidad intelectual, si es que tal comunidad existe. Por ejemplo, Ricardo Silva Romero, en su extraordinaria novela El libro de la envidia, la refuerza con una lógica impecable.
No obstante, en la conmemoración de los 150 años de José Asunción Silva no hay que hablar de su muerte sino de su vida. Preguntarse qué significado guarda su obra para las generaciones que inician el siglo XXI, o plantear, como alguna vez lo hizo Hernando Téllez, el dilema de “¿qué hacemos con Silva?”. Un dilema oportuno, como si los ingleses se preguntaran “¿qué hacemos con Shakespeare?”. La respuesta es obvia. A Silva hay que leerlo y releerlo, pues se trata de un poeta nacido para todas las épocas; y a Shakespeare hay que leerlo, releerlo y verlo, una y otra vez, en las tablas, en el cine o en la televisión. Sus personajes, su teatro y su pensamiento son inmortales.
La poesía de José Asunción Silva no ha perdido ese “lujo rítimico” que el escritor francés Hervé Bazin (1911-1996) calificó entre “lo más nuevo que hay”. El ritmo poético de Silva conserva esa novedad y su pensamiento les dice a los lectores de hoy mucho más de lo que pudo haberles dicho a sus contemporáneos. O mejor, los contemporáneos de Silva están en el siglo XXI.
La intrigante novela De sobremesa (publicada de manera póstuma en 1925) es una obra maestra del género. Puede considerarse precursora de los dos más grandes novelistas del siglo XX, James Joyce y Marcel Proust, y su influencia en el más grande escritor colombiano, Gabriel García Márquez, se observa sin dificultad, sobre todo en el manejo de la adjetivación y en el ritmo narrativo. De sobremesa es en la actualidad materia de estudio en universidades estadounidenses y europeas.
“¿Qué hacemos con Silva?”. A los 150 años de su nacimiento, admirado don Hernando Téllez que estás en los cielos, la pregunta correcta es “¿qué haríamos sin Silva?”.
Enrique Santos Molano
Enrique Santos Molano
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