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La cumbre de cambio climático

Hay que adoptar mecanismos más efectivos para que se cumplan los compromisos que adopten los países.

José Antonio Ocampo
Durante las dos últimas semanas hemos sido espectadores de una cumbre trascendental: la de cambio climático de Glasgow. El tema de este evento se ha caracterizado como ‘existencial’. Se trata de nada menos que garantizar que nuestro planeta sea habitable.
El combate al cambio climático es, ante todo, un problema económico: cómo garantizar que con nuevos procesos productivos y patrones de consumo se frene a mediados de este siglo la emisión de gases de efecto invernadero, en especial dióxido de carbono, pero también de metano y otros.
El objetivo que trazó la cumbre de París de 2015 fue evitar un calentamiento superior a 1,5 °C por encima del nivel preindustrial, y ciertamente inferior a los 2 °C, por encima de los cuales habría efectos catastróficos: desastres naturales de todo tipo, aumento del nivel del mar, derretimiento de nuestros páramos y extinción de especies, entre otros. Como el calentamiento ya ha sido de 1,1 °C, el reto es enorme.
La respuesta esencial debe ser un cambio radical en las fuentes de generación y uso de energía. La generación con carbón debe suspenderse lo más pronto posible, seguida por la de petróleo. Las actividades económicas que usan intensivamente energía, como la producción de acero y aluminio y el transporte, deben comenzar a utilizar fuentes alternativas. Todo esto requiere un cambio tecnológico profundo, que es viable, como lo indica la revolución que han tenido las energías eólica y solar y la emergente de hidrógeno.
A ello agregaría que la ganadería vacuna debe cambiar radicalmente para evitar la deforestación, a la cual ha estado asociada en nuestro país, así como a la emisión de metano. Cabe recordar que la principal contribución de América Latina al cambio climático ha sido la deforestación.
Además de económico, el cambio climático es un problema de equidad. Primero y principalmente, de equidad intergeneracional: garantizar a nuestros descendientes que tendrán un planeta en el cual puedan vivir. También de equidad internacional, para evitar los efectos devastadores sobre el trópico y la desaparición de muchas islas. Lo es también de los países desarrollados con los países en desarrollo, ya que los primeros han sido la fuente principal de las emisiones históricas de gases de efecto invernadero. Y es, finalmente, un problema de equidad social, pues se estima que la décima parte de la población mundial de mayores ingresos genera la mitad de las emisiones.
La tarea principal en los próximos meses estará relacionada con los compromisos específicos que adopten los países para cumplir los objetivos acordados en la cumbre. No es un objetivo menor, ya que, adquiridos después de la cumbre de París, llevaban a un calentamiento de 2,7 °C. Además, hay que adoptar mecanismos más efectivos para que se cumplan. Este no es un tema menor, ya que existe una tradición de incumplimiento, como aconteció con el Acuerdo de Kyoto o con el compromiso de los países desarrollados de suministrar al menos 100.000 millones de dólares anuales a los países en desarrollo para combatir el cambio climático.
La tarea adicional es, además, garantizar acuerdos efectivos en áreas críticas. En este sentido, hubo varios éxitos en la cumbre: el compromiso de más de 100 países de frenar la deforestación en 2030 y reducir para entonces en un 30 % las emisiones de metano; el de 12 países y algunas empresas privadas de aportar recursos para conservar el bosque tropical biodiverso; y el acuerdo entre Estados Unidos y China para colaborar en el control de las emisiones, aunque desafortunadamente ausente en detalles.
Pero no tuvo éxito la firma de un acuerdo amplio para suspender desde 2035 las ventas de vehículos que utilicen gasolina o diésel. Y en las semanas anteriores también fueron infructuosas las negociaciones con las industrias de transporte aéreo y marítimo para mitigar sus impactos sobre el cambio climático.
Todos esos acuerdos son necesarios, y aún más los compromisos de los países, sujetos todos a reglas estrictas de cumplimiento. ¡Tenemos que garantizar que nuestro planeta sea habitable!
JOSÉ ANTONIO OCAMPO
(Lea todas las columnas de José Antonio Ocampo en EL TIEMPO, aquí).
José Antonio Ocampo
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