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Nacionalismo depresivo

Jorge Orlando Melo
A Colombia no le fue mal en La Haya. Nicaragua quería a San Andrés y Providencia, y la Corte Internacional de Justicia los declaró colombianos. Pedía que se reconociera la soberanía de los cayos e islotes que se encuentran sobre la plataforma continental de Nicaragua, y la corte los declaró colombianos. Y pedía una nueva delimitación de las fronteras marítimas y de las zonas de exclusividad económicas. En este tema, la corte prefirió buscar algo de equidad y le asignó a Colombia, que tiene el 11 por ciento de las costas pertinentes, el 23 por ciento de las áreas de uso económico. Serrana, una isla pequeña con un pasado de novela, y Quitasueño, un islote casi todo bajo el agua en la marea alta, quedaron como enclaves en medio de la zona de exclusividad económica nicaragüense, pero con un mar territorial, no de 70 kilómetros cuadrados, como quería Nicaragua, sino de más de 1.000 cada uno, suficientes para ocupar a mucho pescador artesanal.
Los resultados son mejores de lo previsible. Hace unos meses, los políticos casi se comen viva a la Ministra de Relaciones porque, conociendo la fuerza de los argumentos de los dos países, trató de preparar a la opinión colombiana para lo inevitable: que la corte no diera el 100 por ciento de razón a Colombia y, contra las tendencias del derecho actual del mar, dejara que unas islitas metidas en el escudo territorial de Nicaragua pesaran tanto, para definir la zona de uso económico, como 400 kilómetros de costa continua. Pero esto se logró porque los alegatos colombianos, presentados en el 2008 y el 2010, son bastante sólidos: sorprende que el expresidente Uribe no esté reivindicando un resultado que debe ser motivo de satisfacción.
Colombia tenía argumentos sólidos sobre San Andrés y Providencia, dos islas que los gobernadores de Cartagena, de 1641 en adelante, arrebataron varias veces a los colonos ingleses, y que fueron de la Nueva Granada desde 1803. Le fue bien con los cayos, pues, aunque la presencia real de Colombia fue ínfima, por lo menos hizo leyes y resoluciones para controlar la extracción de guano o la pesca, aunque no pudiera hacerlas cumplir. Si Colombia no tenía mucho que mostrar, menos tenía Nicaragua.
Y le fue bien, aunque no tanto como quería, en la fijación de zonas de exclusividad económica, pues alegaba un tratado de 1928 que la corte prefirió ignorar. Que la mención del meridiano 82 pudiera justificar una asignación de zonas económicas, un concepto inexistente entonces, era una ilusión sin bases. El efecto económico de esto, si uno lee los estudios previos sobre pesca en la región, no puede ser grande: toda la zona del archipiélago produce menos de 200 toneladas de langosta al año y los pescadores artesanales son menos de 200, que se pueden ayudar con actos administrativos sencillos y sin medidas heroicas.
Pero el nacionalismo colombiano es muy depresivo: nos sentimos colombianos cuando nos tratan mal, nos discriminan, nos creen narcotraficantes o delincuentes. Y es masoquista: se alimenta con las derrotas de la selección Colombia o con el mito de que Colombia perdió grandes territorios con los países vecinos, aunque nos quedamos con casi toda la Guajira, que muchos mapas del siglo XIX pintaban como venezolana, y con la tierra entre el Putumayo y el Caquetá, que otros mapas dibujaban en Perú. Y es un nacionalismo al que nunca le preocuparon los pescadores artesanales, aunque hoy los alebreste, pues su modelo de desarrollo es el cemento y el comercio, y que ignora la historia real de las islas, la que han contado Newton, Parsons o Kupperman, pues desprecia la cultura local y quiere progreso, pero como lo definimos en el interior.
Y ahora ese nacionalismo de banderitas está excitado y pide que no obedezcamos la decisión de la corte, como si fuéramos un país de matones, donde la ley se cumple solo cuando le sirve a uno.
Jorge Orlando Melo
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