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¡Paren las máquinas…!

La pelea entre Joe Frazier y Mohamed Alí, que llevó a cambiar la primera versión de ‘El Gráfico’.

Jorge Barraza
El célebre grito periodístico, pronunciado muy de tanto en tanto en la vida de las redacciones, se dio en el caso de Emilio Lafferranderie el ‘Veco’, figura grande del periodismo deportivo en Uruguay, Argentina y Perú. Aquel “¡Paren las máquinas! generó su alejamiento de ‘El Gráfico’. Veco era un destacado especialista de boxeo y, como tal, asistió a infinidad de peleas. Fue enviado a Nueva York a cubrir el sensacional choque entre Joe Frazier y Mohamed Alí (hasta 1964, Cassius Clay). Que fue verdaderamente “El combate del siglo”, el primero, del 8 de marzo de 1971.
Es difícil que cualquier otro acontecimiento deportivo alcance la expectativa planetaria que despertó aquel fabuloso duelo entre estos dos colosos del ‘ring’. Se habló de él y se lo esperó durante meses. Se habla hasta hoy. Es preciso explicar que Alí fue declarado el más grandioso deportista de la historia, y Smokin’ Joe era su temible rival, el que de verdad podía vencerlo. Frazier era campeón del mundo y debió pedir al presidente Richard Nixon un indulto para Alí, que cumplía pena por negarse a ir a la Guerra de Vietnam, a fin de que pudiera realizarse el combate.
La pelea era un lunes muy muy tarde, finalizaba en las primeras horas de la madrugada del martes, día en que aparecía la revista. Por ello, ‘El Gráfico’ decidió atrasar un día su salida y dispuso una extensa cobertura. Se dejaron varias páginas abiertas y se montó un dispositivo para cubrir el evento que paralizó el mundo, tal vez más que la final de cualquier mundial de fútbol. Todo el operativo se cumplió a la perfección y el Veco envió una larguísima nota en la que desconocía el triunfo de Frazier ya desde el título, que fue contundente: “Tres jurados derribaron una estatua”. En cristiano significaba que le habían robado la pelea. No negaba la fortaleza física y espiritual de Frazier, valoraba su temple y su ataque constante, aunque dejaba entrever el mayor talento boxístico de Cassius Marcellus. Era absolutamente comprensible por la fascinación que ejercía Clay con su boxeo único, la belleza y perfección de sus golpes limpios, netos.
Y porque el resultado abrió un largo debate en todas partes. Al cabo de los 15 asaltos, como era de rigor antiguamente por campeonato del mundo, la victoria de Joe resultó unánime en las tarjetas. Fue una máquina de lanzar golpes durante tres cuartos de hora, y embocó muchos, aunque también recibió manos muy justas de Alí, cuya precisión y arte lo hacían siempre peligroso. Veco ponderaba su estilo depurado y su clase sin par. En la cena de gala posterior, Frazier se apretaba un trapo con hielo contra su ojo.
Como era de ley entre los periodistas, la opinión del enviado especial fue respetada a rajatabla por los escribas que quedaron de guardia. Incluso hubo bromas en la cena posterior. Como en muchos ámbitos, los periodistas de ‘El Gráfico’ habían apostado entre sí al triunfo de uno o de otro. Osvaldo Ardizzone le había puesto unos pesos a Clay y reclamaba el pago. Los otros lo increpaban:
—¿Qué decís…? Si ganó Frazier.
—Ah, no sé… Para ‘El Gráfico’ ganó Clay… —insistía Osvaldo con una medida de sorna.
Al llegar a la redacción a media mañana del martes, el director editorial Carlos Fontanarrosa, un gentleman que no había estado en el cierre, pidió a su secretaria un ejemplar de la revista, que estaba en plena impresión. Su primer acto fue leer la nota de la pelea, que él había visto por televisión.
Apenas leyó el título se le erizaron los cabellos, frunció el ceño y protestó en voz alta:
—¿Pero qué pelea vio este…? ¿Qué a Clay lo robaron...? ¡Si Frazier lo molió a palos…!
En la misma proporción que ganaba adeptos con su arte, Clay generaba detractores con su fanfarronería. Millones estaban esperando verlo caer. Y esta vez había caído. Veco definía en su artículo el enfrentamiento como el del cerebro (Clay) frente al instinto (Frazier), la técnica versus la fuerza. La realidad es que uno era un genio y el otro, un luchador, pero este había conectado muchos más golpes, aun cuando también falló centenares. Veco privilegió el arte en su nota. Fontanarrosa pidió urgente con el taller y preguntó cuántos ejemplares se llevaban impresos; 12.000, le respondieron. ‘Ipso facto’, casi como una imprecación, pronunció tres palabras célebres del periodismo gráfico:
-—¡Paren las máquinas…!
Se llamó a otro periodista a la casa (estaban todos de franco porque habían terminado el cierre muy tarde la noche anterior). Después de varios intentos enganchó a uno.
—¿Viste la pelea? —preguntó el director.
—Sí.
—Para vos ¿quién ganó?
—Frazier.
—Perfecto, venite rápido a la redacción que tenés que escribir un comentario.
El Veco estuvo enojado muchos años con ese compañero por aceptar tan incómoda misión. Al cronista (que era de fútbol, no de boxeo) se le ordenó reescribir la nota en las partes en que se veía ganador a Clay; había que borrar lo de los jurados y resaltar la épica de Frazier, su emocionante entrega durante el combate, la cantidad de golpes que asestó, etcétera. Y, sobre todo, que había ganado bien.
Efectivamente, la nota se rehízo y se reemplazó. El encabezado fue cambiado a ‘Se cayó una estatua’. Es el único número en casi cien años de historia de ‘El Gráfico’ en que se vendieron dos versiones de una misma edición. Aquellos primeros 12.000 ejemplares salieron temprano para Córdoba, adonde la revista llegaba en camión y demoraba más. Hasta un mes después, por lo bajo, los muchachos de la redacción bromeaban sobre al respecto (sin el Veco presente, desde luego):
—En Córdoba todavía están pensando que ganó Clay...
A su retorno a Buenos Aires, ignorante de lo sucedido, el Veco bajó del avión en Ezeiza y en su ansiedad compró ‘El Gráfico’ en el quiosco del aeropuerto. Quedó perplejo, dolorido. “Pero esto no es lo que yo escribí...” Consideró el suceso una ofensa grave porque, además, la nota de reemplazo, que adulteraba su visión del combate, también llevaba su firma. Afrentado, enfurecido, tomó un taxi, fue directo a la redacción y tuvo un cruce de palabras muy agrio con Fontanarrosa. La relación quedó dañada y la dirección designó otro especialista en boxeo. Fontanarrosa era el uno; Veco, el dos. Poco después, ya sin retorno en el entuerto, el Veco aceptó ser transferido a ‘Canal TV’, una de las muchas publicaciones que editaba Atlántida, como ‘Billiken’, ‘Somos’, ‘Para Ti’, ‘Chacra’, ‘Gente’.
Ernesto Cherquis Bialo, concuñado del Veco y posteriormente director también de la célebre publicación, entendió a las dos partes.
—El Veco estaba muy ofendido y es comprensible; para los periodistas de antes, la modificación de un concepto modificaba la relación, por eso el enojo. Fontanarrosa era muy respetuoso y no cambiaba nunca una nota, pero entendió que el juicio definitivamente estaba errado y pensó en el prestigio de ‘El Gráfico’, que hablar de pelea robada tal vez era un papelón. Cincuenta años atrás, la gente veía el deporte a través de los ojos de la revista. Esto hoy no pasaría porque el Veco hubiese estado comunicado por WhatsApp directamente desde el ‘ring side’ con la redacción y se hubiese debatido, habría escrito una nota más consensuada. Antes no existía una comunicación tan directa.
Tal cual, el Veco fue a la cabina de télex, mandó su nota, le dieron el OK de recibida y se fue a cenar cerca del Madison Square Garden. No supo nada más hasta volver a Buenos Aires. Sucede en todas las actividades. El Real Madrid culpó a Di Stefano de la derrota con el Inter en la final de la Copa de Europa de 1964; Alfredo discutió feo con Bernabéu, y se tuvo que ir al Espanyol. Y era –lo es hasta hoy– el emblema supremo del club merengue.
JORGE BARRAZA
Jorge Barraza
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