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Fantasmas contra la paz

Cualquiera que gobierne Colombia en el futuro podrá hacer más por el país si ya no hay guerra.

Joaquín Villalobos
Conforme lo expresan los opositores al acuerdo de paz, lo único justo sería que las Farc aceptaran toda la responsabilidad por el conflicto, entregaran las armas y fueran a prisión. Como esto es imposible, la guerra tendría que continuar. Los argumentos de los adversarios del proceso parten de dos ideas principales: la primera es que las Farc estaban debilitadas y por lo tanto era fácil acabarlas militarmente, y la segunda es que la firma del acuerdo terminará llevando a los insurgentes al gobierno. Son dos argumentos contradictorios: en el primero las Farc están acabadas y en el segundo son poderosas.
La causa principal del conflicto no han sido las ideologías ni las drogas, sino la permanente ausencia de Estado en gran parte del territorio. El actual acuerdo de paz con las Farc es un resultado con méritos compartidos por los últimos ocho gobiernos. Estos avanzaron en recuperar el territorio a partir de reformar cualitativa y cuantitativamente las instituciones de seguridad.
Las Farc estuvieron durante décadas confinadas a la ruralidad profunda, pero con el dinero del narcotráfico se fortalecieron y amenazaron centros vitales del país. Luego de que fracasaran las negociaciones de 1998, que incluían concesiones superiores al actual acuerdo de paz, la guerra debió continuar. La batalla para sacar a las Farc de las zonas vitales duró pocos años. Las Farc están ahora muy diezmadas y de nuevo confinadas. Sin embargo, su derrota plena implicaría una guerra larga, cruenta y costosa, en lugares remotos donde la población es escasa y el acceso difícil. Por otro lado, el terrorismo es hijo de la impotencia y es el arma principal de un enemigo acorralado; buscar la derrota total implicaba correr el riesgo de terrorismo urbano. No es cierto que se pueda acabar fácilmente con las Farc. Ha sido mejor una lucha de mesa en La Habana que una larga guerra en las selvas salpicada por terrorismo en las ciudades.
El segundo argumento establece que ‘Timochenko’ podría convertirse en presidente de Colombia. Esto supone que, luego de veinticinco años de desaparecida la Unión Soviética, con millonarios dominando Rusia, con China transformada en potencia capitalista, con Cuba buscando hacer las paces con Estados Unidos para restablecer una economía de mercado, y con el socialismo bolivariano de Venezuela en fase terminal en medio de un desastre descomunal, una insurgencia aislada de la realidad del mundo y de su propio país, profundamente más odiada que amada y dirigida por líderes en edad de retiro, podría hacer el milagro político de resucitar en Colombia un nuevo modelo de izquierda radical.
Continuar la guerra implicaba sacrificios enormes para los jóvenes militares y policías colombianos; las curules otorgadas a las Farc valen nada comparadas con seguir teniendo soldados muertos, ciegos o amputados. Con el acuerdo de paz, la Fuerza Pública podrá dedicarse a luchar contra las bandas criminales y con ello mejorará la seguridad de todos los colombianos.
El fin de la guerra implica el fin de los desplazamientos de población y la posibilidad de trabajar por su retorno. La paz con las Farc permitirá integrar a la Colombia rural profunda, que es inmensamente rica. Esto implica mejor economía, más empleo y menos pobreza. No será fácil, no se puede pasar del infierno al cielo en un día; es un reto descomunal, intelectualmente más difícil que el medio siglo de guerra. Sin embargo, sería un grave error perder la oportunidad de acabar con un conflicto de medio siglo, agitando fantasmas frente a una verdad irrefutable: cualquiera que gobierne Colombia en el futuro podrá hacer más por el país si ya no hay guerra.
JOAQUÍN VILLALOBOS
Joaquín Villalobos
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