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El miedo al silencio

Le repito a Claudia: nuestras circunstancias y momentos son diferentes, pero la dignidad es la misma

Me tardé más de ocho meses para empezar a escribir esta columna, pero creo que es el momento justo de hacerlo. Desde que me dieron este espacio en EL TIEMPO, pasaron muchos acontecimientos que ameritaban hacerlo, pero siempre hubo un evento mayor que me impidió escribir. Hoy, más que la coyuntura, me llama la obligación y la responsabilidad de haber asumido las banderas de miles de mujeres maltratadas.
Como dice el nombre de mi campaña, No Es Hora De callar más frente a lo que desató en la opinión pública la columna de mi colega Claudia Morales. Y no puedo callar precisamente por la validez de su silencio. Debo contar, desde el otro extremo, lo que hemos afrontado las mujeres que nos atrevimos a ponerle un rostro y un nombre a nuestros victimarios. Por eso, hoy más que nunca entiendo el silencio de Claudia.
He tenido todas estas semanas un nudo en la garganta que me ha impedido respirar con tranquilidad, porque cada nueva violación que conozco es un poco más de sal y limón a la herida. Muchísimas personas me han preguntado y consultado sobre si el violador es tal, o aquel. Se han atrevido a insinuarme si creo que es cierto, a mi "que soy experta en temas de violación", que Claudia es realmente víctima. He preferido alejarme del tema, por respeto a ella y por no quebrarme pensando en mi propio drama.
En medio de todas las especulaciones que se han tejido de forma mal intencionada o simplemente para llenar el morbo que suscita una violación, o tan solo por comentar el 'tema de moda', nadie se ha cuestionado qué hemos afrontado las mujeres que decidimos hablar. Las que le teníamos más miedo al silencio que al grito. Y solo puedo hablar por mi caso: una vida destruida por la constante persecución, el miedo a que te hagan daño; no a ti, a tu familia; la calumnia constante de quienes se sacian desacreditando tu testimonio, las largas noches pensando si habría sido mejor callar... Los dolores del alma y del cuerpo, porque al final la carga de la reivindicación termina somatizándose irremediablemente.
Renunciar a tener una familia, un hijo, hasta una mascota, porque sabes que quien tiene el poder se va a ensañar con lo que más amas. Exponerte a que te hagan montajes e intenten borrarte de cualquier manera, y hasta enviarte a alguien que te enamore para 'hacerte inteligencia'. Parece una película de terror, pero es la realidad y no lo he vivido solo yo. Las decenas de casos que llegan a mis manos todas las semanas, documentan la perversidad de los victimarios, sean magistrados, prestantes políticos y empresarios, o un profesor de idiomas de una universidad capitalina.
Hace poco pude abrazarme y llorar con una de las mujeres de la Corporación Rosa Blanca, sobrevivientes de los ataques sexuales y abortos forzados cometidos por comandantes y hombres de las Farc. Nuestra historia era diferente, pero el dolor es el mismo. Eso se lo repito a Claudia: nuestras circunstancias y momentos son diferentes, pero la dignidad es la misma. Y por ese dolor y esa dignidad no me puedo permitir silenciarme. No soy Salma Hayek ni una famosa actriz de Hollywood y aun así, en 2011 logramos que decenas de mujeres colombianas dijeran: Yo también.
¿Que si volvería a hablar y desenmascarar a mis victimarios, pese a todo lo que he tenido que afrontar? ¡Claro que sí! El silencio ya no es una opción para mi.
Ya no tengo nada que perder, porque lo más hermoso me lo robaron el 25 de mayo del año 2000. Muchas veces, el silencio se convierte en el grito más ensordecedor y por eso les pido a quienes hemos asumido como misión visibilizar la violencia contra niñas y mujeres: No Es Hora De Callar.
JINETH BEDOYA LIMA
Subeditora de EL TIEMPO
jinbed@eltiempo.com
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