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'It's politics, stupid' (es política, estúpido)

Según Ha Joon Chang, sin el Estado es 'muy difícil alcanzar grandes cambios económicos o sociales'.

AURELIO SUÁREZ MONTOYA
Asistí a la conferencia del profesor de economía de Cambridge Ha Joon Chang, en la Universidad de los Andes. Versó primeramente sobre su obra, ‘Economía para el 99 % de la población’. Es importante extraer las lecciones a mi juicio más relevantes, entendiendo que para otros pueden no ser las mismas.
En cuanto a las teorías económicas, y en una posición crítica a la escuela neoclásica, predominante hoy, destacó los “supuestos”, los “valores morales y políticos” y el contexto en el cual están enmarcadas todas las que enuncia. A partir de Smith, pasando por Marx, los desarrollistas, la escuela austríaca (Hayek), Schumpeter y Keynes, hasta los neoclásicos, institucionalistas y conductistas, Ha Joon Chang invoca, parodiando a Mao, que “florezcan cien flores” y remarca que es “necesario preservar esa diversidad” e incluso hacer “fertilización cruzada”.
En ingenioso juego, sugiere beber cocteles de varias teorías para abordar distintos asuntos. Por ejemplo, para “la viabilidad del capitalismo” sugiere hacerlo a partir de mezclar la teoría clásica con la de Marx, el institucionalismo y Schumpeter. Y para la “necesaria intervención estatal” recomienda combinar neoclásicos con desarrollistas y Keynes.
Al hablar sobre las cifras conocidas de la economía, va desmembrando el cuerpo de indicadores más utilizados para mostrar sus limitaciones. Coincide con Piketty al afirmar que el PIB denota crecimiento y actividad a corto plazo, pero no desarrollo. Valida el PNB, el producto nacional bruto, para mostrar la fortaleza de una economía a largo plazo, notando que actividades no remuneradas, como las domésticas, no están incorporadas.
En cuanto a la renta por habitante, o renta media, para calcular el nivel de vida de un país, cuestiona su imprecisión, en especial allí donde la distribución es más disímil. Esto, argumenta, no se corrige ni siquiera con el conocido PPA (paridad del poder adquisitivo), ajustando el ingreso medio con la tasa de cambio, como parámetro internacional. Sin desconocer que el análisis económico fundamentado no puede prescindir de cifras, recomienda, al utilizarlas, saber “qué dicen y qué ocultan”.
En una mirada sectorial destaca la jerarquía en el empleo de la agricultura en los países más pobres y, en cuanto a la industria, que llama “centro de aprendizaje de la economía”, ratifica que fabricar cosas sigue siendo trascendental y que por eso se destacan países como Japón, Suiza y Singapur. Respecto al sector financiero, exhorta a una verdadera regulación, pues se salió de órbita por el universo de “derivados” que ha conformado.
Enfocado en que la desigualdad no es inevitable, acusa de ella a las políticas económicas, afirmando que hace 200 años el mundo era como Ruanda y ahora es como Sudáfrica, y ubica a Colombia entre los más desiguales. Denota que la inequidad crece más cuando se comparan las riquezas –que cada quien atesora– que cuando se evalúan los ingresos devengados. Y añade que la pobreza crea un círculo de donde es casi imposible escapar, por obstáculos estructurales o por “la manipulación de los mercados”.
Frente a la economía internacional, la “cifra real” es la balanza de pagos, que contabiliza las operaciones externas de los países. Incide el comercio, la cuenta de capital, con las remesas de los emigrantes a otras tierras y con la inversión extranjera y las correspondientes contrapartidas de exportación de utilidades y ganancias a las casas matrices, obtenidas en los países receptores. Respecto al capital foráneo, asevera que “las evidencias de los efectos positivos son bastante escasas” y que además tiene otros “potencialmente negativos”. Sentencia, al respecto, que no “todas las formas de integración económica internacional son deseables”, de suerte que el grado dependerá de cada caso, de “los objetivos y capacidades a largo plazo”.
En la esencia de sus tesis está que “la economía es demasiado importante para dejarla exclusivamente en manos de los economistas” y que la democracia pierde sentido si no se pone “en tela de juicio a los expertos”, con sus “deformaciones profesionales”. Como lo expone en el capítulo once del libro mencionado, define la economía como “un argumento político”. Resulta indiscutible, afirma, que sin el Estado es “muy difícil alcanzar grandes cambios económicos (o sociales)”. En otras palabras: que los problemas económicos se resuelven políticamente. “It´s politics”, dicen, y nos debe interesar a todos.
AURELIO SUÁREZ MONTOYA
AURELIO SUÁREZ MONTOYA
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