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Un hombre curioso

Mis temores apremiantes y compartidos con Hawking están relacionados con el cambio climático.

Stephen Hawking se ha ido antes de que a este planeta se lo lleve el diablo o algo parecido, como él temía.
Según sus propios cálculos matemáticos, la Tierra arderá dentro de unos 600 años como una bola de fuego, aunque lo más probable es que sus ocupantes acabemos mucho antes con ella.
En el colegio nunca fui bueno en matemáticas, ni en física ni en cálculo infinitesimal. Quizás por eso no entiendo bien lo que es en detalle un hueco negro ni otros términos complejos de los científicos.
Compré pero no pude terminar la ‘Breve historia del tiempo’, escrita por Hawking. Me es fácil comprender la teoría del ‘big bang’, pero me armo un ocho cuando intentan explicarme el tal bosón de Higgs.
Lo que, por ahora, comparto con él son preocupaciones elementales. Gracias a su pensamiento confirmé temores sobre peligros derivados de la inteligencia artificial y la tecnología. “Los robots podrían rediseñarse ellos mismos y tomar el control de todo”, por ejemplo.
Carlos Marx estuvo con seguridad alguna vez entre las lecturas del físico de Cambridge porque este pensaba que, en el futuro, cuando las máquinas produjesen todo lo que necesitáramos, la suerte de la humanidad dependería de la distribución de los bienes.
Entonces, “todos los humanos podrán disfrutar de una buena vida si las riquezas son compartidas”, pero la otra cara del asunto es que la mayor parte de los terrícolas podríamos morir en la miseria “si los dueños de las máquinas siguen haciendo exitoso ‘lobby’ contra la redistribución de los bienes”, una tendencia que hoy aumenta las desigualdades.
El matemático de Oxford creía perfectamente racional asumir que existe vida inteligente en otros mundos, pero aconsejaba evitar todo contacto con ellos. “Solo basta observarnos para darnos cuenta de cómo la vida inteligente puede convertirse en algo que no quisiéramos conocer”.
El sabio puntualizó que si hiciéramos “contacto con una civilización más avanzada, esta podría vernos como una raza inferior, lista para ser subyugada”, y nada más valiosa que una bacteria.
Pero mis temores apremiantes y compartidos con Hawking como terrícola están relacionados con el cambio climático y el calentamiento global, tan cercano a tornarse irreversible.
El estudioso británico insistió en que nuestro poder de dañar y destruir el medioambiente, del mismo modo que nos destruimos los unos a los otros, aumenta a mayor velocidad que la utilización de nuestro conocimiento en beneficio de la Tierra.
Como lo recuerda una canción de Willie Colón, Stephen Hawking sostuvo en vida que todo tiene su final, y nada –ni el Universo– puede existir para siempre.
Los terrícolas deberíamos, de acuerdo con él, pensar seriamente en salir de este planeta, aunque es muy difícil encontrar un lugar habitable para nuestra especie. El riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor: una guerra nuclear repentina, un asteroide perdido, un virus creado por la genética.
Sobre la otra vida, Hawking nos dejó dicho que “nuestro cerebro es como una computadora que dejará de funcionar cuando fallen sus componentes. Así que no hay paraíso ni vida después de la muerte para algo que deja de funcionar. Ese es un cuento de hadas para la gente temerosa de la oscuridad”.
No obstante trabajar rodeado de científicos y estudiantes, Stephen Hawking vivió sorprendido del pobre desinterés de la humanidad por “temas como la física, el espacio, el universo y la filosofía de nuestra existencia, nuestro destino final”. El mundo, según insistió Hawking, es muy complejo, y, la verdad, este hombre extraordinario sintió siempre que debíamos ser muchísimo más curiosos.
HERIBERTO FIORILLO
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