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Más que fútbol

El público espera que le cuenten hoy las emociones y los sentimientos que trae cada partido.

Nací en tiempos de la radio y debí imaginar todos los partidos de fútbol que escuché en la vida. Después, la televisión me enseñó que una cosa era lo que sucedía en el campo de juego y otra, la que nos contaban los locutores de turno.
A partir de esa experiencia comprobé que la mayoría de los narradores de balompié en nuestro país exageran lo que ocurre en la cancha y, en contradicción con su oficio, no narran sino gritan, el canto del gol siempre inminente en su boca, desesperados y anhelantes, como si todo fuera de vida o muerte, así no esté pasando nada en el partido.
Con el tiempo, las cámaras de televisión se multiplicaron y pude conocer en detalle la enorme capacidad de fabulación que logran desarrollar durante un encuentro los hombres del micrófono, sobre todo aquellos que no honran el escepticismo ni la imparcialidad del periodismo, sino que más bien parecen haberse puesto la camiseta de uno de los equipos en contienda, cargando todas las exageraciones a su favor; por lógica, en contra del rival.
De ese modo, en el deporte como en la guerra, se le demanda fatalmente al periodismo que tome partido, que ayude a aplastar al contrario. ¿O no?
Cámaras y más cámaras. Del progreso de la tecnología audiovisual surgen esas otras pequeñas narrativas, breves historias e intercambios emocionales que las transmisiones develan y que los televidentes, cada día más enterados, buscan y demandan.
Hablamos de rostros y de gestos, de reacciones y de comportamientos que presentan los personajes en la cancha y sus alrededores, incluyendo a los técnicos, los árbitros y los jueces de línea. La contrariedad del delantero que hizo un gol y fue cambiado pronto por su entrenador. El cruce de ambos rostros. El técnico quizás hizo lo que hizo para protegerlo y asegurar su próxima alineación, pero el ‘crack’ está furioso, lo mira mal y tira con violencia una botella de plástico llena de agua contra la caneca más cercana.
Hablamos de la reacción emotiva del arquero frente al gol que le acaba de marcar un delantero rival que tiene con él una vieja rencilla. De las muecas que hace este, al celebrar su anotación: las señas a Dios o a su abuelita en el cielo; los nervios de un entrenador manifestados en gritos e indicaciones desesperadas. El que, por no ser alineado, patea el piso; el técnico famoso que se come los mocos, los rostros tensionados del portero y del pateador, antes y después de un penalti. Tensiones y expectativas que en un partido abundan. Emociones y conflictos, sustancias del drama.
Periodistas y productores de televisión cuentan cada vez más al público de aquellas emociones y sentimientos que exhibe cada partido, pero que no surgen siempre alrededor del balón. El rol de la TV es tan poderoso y sus cámaras llegan a lugares tan insospechados que jugadores y técnicos se hablan casi siempre con una mano sobre la boca y exageran el gesto o el grito de rabia o de dolor que les causa la agresión de un contendor. Todos son actores conscientes de que donde hay cámaras hay mucha gente juzgando.
Subjetividad, exageración. Cada observador de partido es un juez implacable desde su butaca. Sumadas, son millones las personas que desde la sala de su casa siguen las narraciones de los tele-rrealizadores. Millones de jueces que saben también cuánto se contradicen conductores y productores de un mismo programa; cuando eligen, por ejemplo, los mejores goles de la jornada. Millones, en fin, que se sientan frente al televisor, con la expectativa de que aquellos periodistas y productores cumplan con su deber y les muestren también lo que ocurre en segundo plano. Además del fútbol, digo, que es de lo que tratan los partidos.
HERIBERTO FIORILLO
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