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Claroscuros de un pintor

El maestro del Barroco vuelve a despertar la atención de propios y extraños en la Ciudad Eterna.

Semana Santa en Roma, días para visitar iglesias, atender misas o contemplar en capilla los lienzos gigantes de pintores estupendos.
Ninguna obra para apreciar y valorar esta semana como la de Michelangelo Merisi da Caravaggio, el gran artista del Barroco, que vuelve a despertar la atención de propios y extraños en la Ciudad Eterna.
En Roma puede uno observar el ‘David con la cabeza de Goliat’ (el propio rostro del pintor) o el ‘Niño con un cesto de frutas’ en la Galería Borghese, y también admirar su ‘Judith’ y ‘Holofernes’ en la Galería Nacional de Arte Antiguo.
Pero es en la iglesia de Santa María donde contemplamos ‘La conversión de San Pablo’ y ‘La crucifixión de San Pedro’, ambas segundas versiones, corregidas por el autor en 1601, cuando apenas llegaba de Milán a Roma.
Otra iglesia, la de San Luis de los Franceses, acoge en su capilla Contarelli el ‘Tríptico de San Mateo’. Uno de estos lienzos, ‘San Mateo y el ángel’, fue rechazado por el mismo cardenal que lo encomendó a Caravaggio. Suspicacias del clérigo: que San Mateo tuviese las piernas desnudas y sucias; y que el ángel lo tomara de la mano para ayudarle a escribir un texto.
En la basílica de San Agustín observamos a ‘La Virgen de Loreto’, duramente criticada porque la modelo había sido una prostituta y porque uno de los dos peregrinos postrados junto a ella mostraba los pies muy sucios. La obra fue considerada en su momento una herejía.
Pero otra virgen, otra pintura de Caravaggio, habría causado el mayor escándalo a ojos de la Santa Madre: ‘La muerte de la Virgen’, por la representación realista del cuerpo de María con su vientre inflamado. El modelo habría sido el cadáver de otra prostituta encinta ahogada en el Tíber. Así, durante varias décadas, la consideración de la Iglesia católica hacia Caravaggio y su obra osciló del acogimiento entusiasta al rechazo absoluto. Luces y sombras, como en sus cuadros, de los que dejó medio centenar, junto a un cartapacio de denuncias que resumen su vida delictiva y de malas compañías.
Conflictivo, Caravaggio quiso ser de la nobleza pero disfrutó de la calle. Precursor del arte moderno, el artista milanés fue, en Roma, proxeneta en control de prostitutas a las que explotaba y mantenía a su disposición.
Pendenciero, andaba armado por las noches en busca de pleitos. Fue arrestado por llevar espada sin permiso, por golpear a transeúntes con espada y bastón, por agredir a un camarero que le sirvió alcachofas, arrojar piedras a un policía y, en mayo de 1606, sentenciado a muerte por mutilar el pene y dar muerte a otro pintor, Ranuccio Tomassoni, durante una gresca.
Con ayuda de amigos influyentes, Caravaggio logró huir a Nápoles, donde recuperó su prestigio como artista, sin renunciar a sus escaramuzas nocturnas. Un asalto le desfiguraría el rostro y lo acercaría a la locura.
En Nápoles y en Malta, el pintor pasó el resto de su vida prófugo y combativo, antes de colapsar y morir en 1610, cuando viajaba en barco de regreso a Roma, a recibir su esperado indulto papal.
Padecía de sífilis y saturnismo, una enfermedad provocada por la intoxicación del plomo en los aceites de las pinturas, aunque algunos creen que pudo morir de la insolación durante el viaje.
Quizás el artista más original e influyente del siglo XVII, su obra ha tenido gran impacto en la pintura universal y, si bien no generó una escuela, cultivó una gran legión de seguidores, artistas plásticos como Mat Collishaw, que lo consagran en el siglo XXI: “No hace falta leer sobre él o estudiarlo porque es tan visceral, tan brutalmente real, que no embellece o decora las cosas, sino que te muestra la vida tal como es, con unos pies sucios frente a tu cara”.
HERIBERTO FIORILLO
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