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Hace treinta años...

Se rompe el silencio para recordarnos que es imposible cerrar lo que no está resuelto.

YOLANDA REYES
“... en 1985, un hombre exigió que cesara el fuego. El llamado fue desoído. Esa vida fue acallada en medio de una pira fatal a la vista de todos los colombianos, atónitos y silenciosos. El gesto de Alfonso Reyes Echandía mal podría ser visto como el acto por demás comprensible y humano de una víctima sacudida por el miedo; es, en realidad, una demanda ética cuya grandeza aún debe ser valorada y ponderada por nuestro país”.
Así comienza el Informe Final de la Comisión de la Verdad sobre el Palacio de Justicia elaborado por los magistrados Jorge Aníbal Gómez, José Roberto Herrera y Nilson Pinilla (Corte Suprema de Justicia, 2010), que debería ser lectura obligada en estos días cuando se conmemoran 30 años del holocausto y los secretos a voces vuelven a romper el silencio para recordarnos que es imposible cerrar lo que no está resuelto.
El pasado 20 de octubre, entre el ruido electorero, Colombia conoció una noticia que habría conmocionado a cualquier país, pero que aquí suscitó más indiferencia que estupor: Medicina Legal había identificado los restos de Cristina del Pilar Guarín, Lucy Amparo Oviedo y Luz Mary Portela, tres desaparecidas del Palacio. Cristina y Luz Mary, que trabajaban en la cafetería, fueron halladas en Jardines del Recuerdo, y Lucy Amparo, quien había ido a una entrevista de trabajo, apareció en el Cementerio del Sur.
Semejante hallazgo por el que habían vivido y luchado sus familiares (incluso, algunos murieron en el intento) marcaba el cierre simbólico de 30 años de horror y acababa también con ese resquicio de esperanza que es lo último que se pierde cuando alguien está “desaparecido”. Sin embargo, el derecho a sepultar a los seres queridos que recuperaban esas familias abría las heridas de otras que descubrían haber enterrado muertos ajenos.
Cristina del Pilar apareció en la tumba de María Isabel Ferrer, quien ahora se convirtió en desaparecida; Luz Mary, en la tumba de Libia Rincón; y los restos de Lucy Amparo fueron encontrados en las cajas 55 y 55A, cuyo material pertenece a una fosa común. “Eso por lo que la opinión se aterra hoy lo vivimos en vivo y en directo hace 30 años. Pero el país no quería oír esa historia”, dijo Carlos Medellín, el exministro de Justicia, hijo del magistrado del mismo nombre, y relató en estas páginas la forma confusa e irregular que caracterizó la entrega de los cadáveres.
Esa historia que el país no quería (o no quiere) oír está documentada rigurosamente por el informe, en el cual se alude a “las múltiples negligencias que, por acción u omisión, conllevaron que las necropsias no se practicaran adecuadamente (…). En muchos de los casos, los cadáveres fueron mal identificados, lo que supuso, en consecuencia, la entrega errónea de cadáveres a los dolientes, debido a las presiones políticas y a las derivadas de la angustia de los familiares”.
Las consecuencias de esas entregas erróneas siguen causando dolor a los familiares, y muchos casos que estaban cerrados vuelven a ponerse en tela de juicio. Por ejemplo, Sofía Velásquez, la hija de María Isabel Ferrer, contó que a ella le entregaron un pedazo de zapato y le mostraron un cuerpo calcinado, y que siempre dudó que fuera de su madre. “Esperaba que algún día llegara a la casa. Todas las noches la esperaba. El día de mi grado de fisioterapeuta, esperaba que llegara”.
Ahora, cuando se ha comprobado que esas piezas sueltas no son de su mamá, Sofía afronta la tragedia de buscar de nuevo algún pedazo de ese cuerpo. Y este es solo uno de los casos que se van revelando, ante la vista de todos los colombianos, atónitos y silenciosos”, igual que entonces. Si esto ocurre con los duelos de hace 30 años, ¿qué esperar de los más recientes?
YOLANDA REYES
YOLANDA REYES
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