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¿Qué tanto llegaremos a comprender?

¿Hasta dónde pueden los científicos sobreponerse a tales retos con los instrumentos disponibles?

Gustavo Estrada
Los interrogantes que la ciencia tiene aún por resolver pueden agruparse en dos listas: Una antigua, ‘eterna’ y breve, con los temas que debieron plantearse los primeros antepasados cuando se sentaban a reflexionar, y una ‘moderna’, dinámica y extensa, que no para de crecer con las preguntas nuevas que permanentemente se inventan los investigadores inquietos.
El descomunal volumen de información disponible en el tercer milenio, las dificultades en la observación tanto del mundo subatómico en los laboratorios como de los astros a años luz de distancia, y las limitaciones naturales del cerebro y los sentidos conllevan retos mayores: ¿Hasta dónde pueden los científicos sobreponerse a tales retos con los sofisticadísimos instrumentos disponibles? ¿Qué tanto llegaremos a comprender? Las revistas ‘Nature’ y ‘Scientific American’ sugieren el mismo interrogante en un artículo reciente que apareció en ambas publicaciones.
Las preguntas primitivas de la lista breve bien pudieron ser: ¿Cómo surgió todo esto? ¿De dónde salieron mis antepasados? ¿Por qué sé que existo? Las respuestas de aquella época tuvieron que ser mágicas, y de ellas nacieron las religiones. Milenios después, ya en términos más eruditos, las mismas dudas se convirtieron en ¿cómo apareció el universo? ¿Cómo se inició la vida? ¿Qué es la consciencia?
La lista extensa, que quizás nació con Aristóteles y algunos de sus contemporáneos, creció más rápido a partir del siglo XVI, cuando las puertas de la investigación formal parecieron abrirse de par en par. De allí en adelante, las dudas buscaron respuestas en la razón y la experimentación, en vez de la fe o la inspiración divina. Esta lista es dinámica y siempre tendrá asuntos pendientes: ¿Qué es el espacio-tiempo? ¿Qué es la materia oscura? ¿Existen otros universos?
Los progresos recientes han sido asombrosos. Cada hallazgo amplía los territorios por escudriñar y cada respuesta engendra nuevas preguntas, en una espiral desafiante. Mientras la complejidad de las áreas nuevas y el volumen de datos por analizar crecen desproporcionadamente, los cerebros de los genios, así haya muchos más ahora, tienen el mismo tamaño y la misma cantidad de neuronas que tenían los cerebros de los ‘Homo sapiens’ primitivos. Los aparatos técnicos de apoyo, por fortuna, son cada vez mejores y más rápidos.
Marcelo Gleiser, profesor de la Universidad Darmouth en Hanover, New Hampshire, y uno de los autores del artículo mencionado, le agrega un nivel adicional de complejidad al asunto: “¿Podemos entender algo de lo cual somos parte?” La respuesta del doctor Gleiser es negativa: “Es imposible separar nuestra descripción de la realidad de la forma como la estamos experimentando”.
La ‘realidad’, además, parece depender de los sentidos. Dos observadores de un mismo fenómeno lo ven de manera diferente: “Mi ‘rojo’ es distinto del suyo.” Adicionalmente, la inteligencia y la intuición de cada científico, sus modelos mentales y los instrumentos disponibles para generar pruebas y procesar resultados son determinantes en la calidad y la confiabilidad de cualquier investigación.
Nuestras creencias –que se originan en lo inexplicable– y nuestros conocimientos –que resultan del estudio y el análisis– también afectan las conclusiones. Así ocurre hoy con los astrónomos, que estudian con sofisticados equipos la habitabilidad de los distantes exoplanetas ya descubiertos: Porque creen que allá podría haber vida, la están buscando. Y los hallazgos cambian los paradigmas existentes. Con el telescopio de Galileo, “la Tierra comenzó a moverse” y… fue entonces cuando aumentó la ‘fe’ en la ciencia.
Y así también ocurrió milenios atrás, cuando los astrólogos observaban las estrellas a simple vista. Porque creían en influencias cósmicas, utilizaban el cosmos para vaticinar el futuro. Unieron entonces puntos en sus dibujos del firmamento y se inventaron Capricornio, Acuario, Sagitario… los mismos signos que, en el siglo XXI, siguen adivinando eventos en la vida de los ingenuos.
Como bien sabían los lógicos terrenales desde tiempo atrás, los antiguos dictados de la fe jamás podrán explicarnos los orígenes del universo, la vida o la consciencia. Lo que preocupa ahora al doctor Gleiser es que la ciencia, aun con sus estructurados métodos y sus sofisticados equipos, también tendrá dificultades para darnos las respuestas definitivas que tanto anhelamos. Así que habrá preguntas pendientes por mucho, mucho rato… La comprensión de la consciencia quizás será la última en lograrse.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Armonía interior: El camino hacia la atención total’
Gustavo Estrada
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