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Por qué lloramos

Pronto, gracias a investigaciones científicas, muchos mitos alrededor del llanto serían aclarados.

Gustavo Estrada
“Son las lágrimas jugo misterioso para calmar las penas de este mundo”, escribió Luz Elisa Borja, una niña ecuatoriana de quince años, en el inmenso dolor que le causó el fallecimiento de la directora de su colegio. Seis años después, en 1924, el músico Miguel Ángel Casares, también ecuatoriano, apesadumbrado por los destrozos dramáticos de alguna inundación, le pondría música al poema de la entristecida estudiante. Media Hispanoamérica del siglo XX enjuagó alguna vez sus aflicciones con ‘Lamparilla’, el nombre que Casares le dio a la canción.
¿Son las lágrimas el jugo misterioso que describió Luz Elisa? Tan poética definición, por supuesto, no le sirve a la ciencia. Lloriqueamos en muchas circunstancias —tristeza, alegría, arrepentimiento, película dramática, además de dolor, cebolla o residuo en el ojo—, pero una explicación biológica del llanto, no obstante numerosas investigaciones sobre el tema, aún no existe.
Los humanos somos la única especie que solloza. Cuando aún lactantes, los otros mamíferos gimen angustiados cuando son separados de sus madres… Pero no lagriman. El estudio del tema es difícil porque las lágrimas, debido a que cambian rápidamente de composición química, tienen que ser recién ‘producidas’ para resultar útiles. El asunto se complica aún más porque los donantes dispuestos a llorar ‘en tiempo real’ son escasos.
Por supuesto que si no hay material para estudiar, pues no puede haber investigación. Ahora el neurobiólogo Noam Sobel le ha metido muela a la cosa y ha desarrollado ni más ni menos que un banco de lágrimas, similar a los que existen para sangre o para semen, solo que estas sustancias se consiguen con facilidad y abunda la gente dispuesta a venderlas.
El doctor Sobel y su grupo del Instituto Weizmann de Rehovot (Israel), obsesionados con el tema, han diseñado un método para captación y congelamiento inmediato del llanto y para conservar su inventario a baja temperatura (–80 ºC). Las porciones serán catalogadas según su proveniencia y podrán ser ordenadas por otros centros de investigación para sus propios estudios. “Las muestras se clasificarán por parámetros como edad, sexo o raza; el acceso selectivo acelerará los experimentos sobre la química del llanto”, reporta la revista ‘Scientific American’. Así que pronto podríamos saber por qué lloramos.
Las preguntas por resolver son muchísimas: ¿Cómo varía la composición de las lágrimas después de salir? ¿Las hay de diferentes clases: dolor, rabia, alegría, tristeza? Y una importantísima: ¿Cuáles son las feromonas en las lágrimas femeninas que bajan el nivel de testosterona en los hombres para disminuirles el apetito sexual? (El doctor Sobel ya verificó experimentalmente este efecto).
El banco de lágrimas es importantísimo, pero el efecto de las feromonas resulta deprimente para los maridos ardientes que estén emparejados con mujeres frígidas; estas serán las primeras clientas de posibles rociadores de lágrimas antisexuales que las señoras reacias esparcirán en la alcoba matrimonial cada vez que el cónyuge llegue temprano a casa.
También habrá posibilidades adicionales de utilidades individuales. Los llorones, ellos y ellas por igual, aquellos que necesitan pañuelo para cualquier telenovela, encontrarán en su fluidez acuática una fuente de ingresos. “Vendo lágrimas frescas” podrá convertirse en un anuncio común en internet. Y, claro, aparecerán lágrimas inducidas con sustancias lacrimógenas. Todo esto bien podría echar por tierra las investigaciones. Confiemos en que la avaricia no acabe con el interés científico.
Estoy seguro de que, con la tenacidad del doctor Sobel y de otros investigadores, pronto habrá claridad sobre las causas y efectos de nuestro lloriqueo. No me cabe duda de que muchos de los mitos alrededor del llanto serán aclarados. A lo mejor la conexión entre lágrimas femeninas y testosterona masculina no es real. Y, por último, entenderemos por qué las mujeres lloran más que los hombres, como ya lo comprobó con muestreos detallados el psicólogo clínico Ad Vingerhoets de la Universidad Tilburg en Holanda.
Por otra parte y desafortunadamente, los científicos con sus hallazgos también terminarán arruinando el reconfortante mensaje de ‘Lamparilla', la vieja canción ecuatoriana. Las lágrimas dejarán de ser entonces ese jugo misterioso que aún hoy, en el siglo XXI, sigue calmando las penas de unos cuantos hispanoamericanos sentimentales.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde occidente’
Gustavo Estrada
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