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Liberal, progresista, ateo…

Cada individuo puede pensar y hacer lo que le venga en gana, mientras no le cause daño a los demás.

Gustavo Estrada
Las palabras cambian de significado cuando viajan de una región a otra. Por ejemplo, en su recorrido hacia Latinoamérica, ‘concha’, ‘coger’ y ‘cachucha’, vocablos corrientes en la Madre Patria, se tornaron impronunciables para la gente educada de algunos países. ¡Disculpas, Argentina! Allí los tres vocablos son bastante obscenos.
La mención de groserías regionales solo busca resaltar lo imprevistas que pueden resultar las evoluciones lingüísticas. Esta nota comenta la curiosa transformación de otra expresión, que nada tiene que ver con palabrotas. En su definición original, ‘liberal’ es quien, independientemente de sus propias ideas, es tolerante y respetuoso de las opiniones y costumbres ajenas; con la aplicación colectiva de esta definición, surge la armonía social.
La evolución idiomática de ‘liberal’ complicó su sencillez básica y aparecieron otras acepciones, algunas contradictorias de la intención inicial. En su metamorfosis, el término se convirtió poco a poco en (1) progresista, el individuo que defiende el apoyo activo del gobierno al cambio social y político; (2) ateo, la persona que rechaza cualquier dogma religioso o metafísico, y tacha de tontos a quienes rezan; (3) radical, el que defiende la intervención estatal en la conducta de las corporaciones privadas; (4) socialista, el partidario inflexible de la propiedad social.

Para que un grupo disfrute de armonía debe tener como marco de referencia la primera definición de ‘liberal’: la tolerancia y el respeto de las opiniones y costumbres ajenas.

Este columnista seguirá siendo liberal, romántico e idealista, hasta su muerte, su senilidad o su Alzheimer, lo que le ocurra primero. Cada individuo puede pensar y hacer lo que le venga en gana, mientras no le cause daño a los demás.
Quiero comentar mi nivel de adhesión a los otros cuatro vocablos. Me declaro progresista -el estado debe defender, como lo enseñó Jesucristo, a los menos favorecidos, y garantizar los servicios esenciales de cualquier sociedad-. Soy agnóstico, en vez de ateo, pues esta palabra no debería existir. Y soy radical, pues el capitalismo desenfrenado se torna salvaje.
Dos ejemplos respaldan la última postura: los monopolios y los carteles exigen controles, y ninguna persona debería poder adquirir un revólver, y menos una ametralladora, sin revisión previa de sus antecedentes judiciales y de su salud mental.
En cuanto a progresismo, nadie objeta que el estado provea ciertos servicios y, como la línea donde una intervención se torna excesiva es tenue, resulta difícil puntualizar qué tan progresista es una persona. Por otra parte, aunque disiento de la libertad de explotar a la gente insegura con el ofrecimiento de paraísos, ningún gobierno debe impedir que una persona crea en cielos o infiernos, arcángeles o serafines, agüeros o amuletos. No existen dioses premiadores o penalizadores pero es imposible impedir que alguien se entretenga con ellos. El estado tampoco debe promover religión alguna.
Adicionalmente, el vocablo ‘ateo’ enfrenta dos problemas. Primero, las matemáticas -lo dice el físico sueconorteamericano Max Tegmark- podrían pronto demostrar la existencia de un principio de todas las cosas basado en ecuaciones, otra especie de ‘dios’ inexplicable y, segundo, un ateo célebre está cuestionando la precisión del término.
Dice el neurocientífico Sam Harris: “El ateísmo no es una filosofía y la palabra ‘ateo’ no debería existir; nadie necesita identificarse como ‘abrujo’, porque no cree en hechiceros, o ‘amédium’, porque no cree en espiritistas. Tampoco existen denominaciones para quienes afirman que nuestro planeta ha sido visitado por extraterrestres”.
¿Socialista? ¿Comunista? ¡Eso sí no soy! Los gobiernos son pésimos administradores y la propiedad estatal es semilla de ineficiencia y corrupción. Los comunistas, los socialistas extremos, son una especie de obnubilados religiosos. Según el escritor israelita Yuval Harari, los devotos camaradas terminan creyendo en una doctrina con leyes naturales, mandamientos obligatorios y verdades universales que deben imponerse.
Las denominaciones y las etiquetas son inconsistentes, y las que nos autoasignamos o nos cuelgan son arbitrarias. El comportamiento de una sociedad es la sumatoria de las conductas individuales. Para que un grupo disfrute de armonía debe tener como marco de referencia la primera definición de ‘liberal’: la tolerancia y el respeto de las opiniones y costumbres ajenas.
Y si una sociedad aspira a ser exitosa, además de armoniosa, sus miembros han también de seguir un irrefutable consejo de autor desconocido: “Si cada individuo cumpliera con sus deberes, nadie tendría que reclamar sus derechos”. ¡Tan complicado y tan sencillo! Aunque dudo que sea parte de ideología alguna, la frase bien cabe dentro de la definición original de liberal.
GUSTAVO ESTRADA
* Autor de ‘Hacia el Buda desde occidente’
Gustavo Estrada
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