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Retos del liberalismo

Luego de tres elecciones presidenciales en las que el Partido Liberal mordió el polvo de la derrota y cuando muchos creyeron que su extinción era asunto de esperar unos pocos años, en el 2008, un par de liberales de provincia promovimos en el Congreso una ley para garantizar los derechos de las víctimas del conflicto. Esta iniciativa, que debería ser lo básico en una sociedad democrática, en Colombia resultó una novedad porque era una herejía hacerlo en medio de la algarabía de la idea de que la política de seguridad le solucionaría al país sus problemas.
Desde ese entonces, es decir desde la época de la seguridad democrática, sectores del liberalismo expresaron la necesidad de reconocer la existencia del conflicto y plantearon la idea de una salida negociada de este.
A partir del año 2010, la disposición del gobierno de Santos de impulsar la reparación de las víctimas, la restitución de las tierras a los despojados y luego la búsqueda de un acuerdo que le ponga fin al conflicto fueron las razones que animaron a las bancadas del Partido Liberal a integrar la coalición que lo apoya en el Congreso. Así mismo, la necesidad de darles continuidad a estas políticas seguramente precipitará un respaldo electoral para lograr su segundo mandato.
Si se logra un acuerdo que le ponga fin al conflicto, el segundo gobierno de Juan Manuel Santos podría ser el de la transición entre una nación signada por la guerra a una cuyo eje de discusión, por fin, sea el de un modelo de Estado y de organización social que procure corregir inequidades estructurales y garantizar a los ciudadanos un menú de derechos propios de una sociedad del siglo XXI.
El liberalismo, desde ahora, debería prepararse para abordar esa realidad de postconflicto que parece aproximarse y evitar que el regreso al poder, que parcialmente está viviendo, le haga olvidar que fue por cuenta de la burocratización que se dio durante el Frente Nacional que el partido abandonó su ideario y los colombianos perdieron la fe en él, al punto de que lo relegaron, primero a la peyorativa denominación de partido tradicional, y luego, electoralmente, al lugar de las minorías.
Para que en el imaginario colectivo el Partido Liberal deje de ser considerado una organización tradicional es necesario interpretar a grandes sectores de la población que, por ahora, no lo advierten como una organización de vanguardia frente a los derechos y la democracia. El esfuerzo en favor de la ley de víctimas y la ley del primer empleo fue un importante paso para que los colombianos lo observen de otra manera, pero hace falta más para conquistar la confianza de las mayorías, en especial la de los jóvenes y de sectores de clase media urbana.
En la última década, primero el Polo Democrático y luego la ‘ola verde’ representaron una utopía democrática que en gran medida se frustro; sin embargo, millones de ciudadanos aún guardan la esperanza de que surja un proyecto político coherente que les ofrezca a los colombianos construir un modelo de sociedad a partir de la igualdad de oportunidades.
El liberalismo tiene por delante el desafío de romper los vínculos con la tradición y abanderar en el fondo de su discurso y en la forma de hacer la política las expectativas de transformación democrática de la sociedad colombiana que, aún hoy, están bloqueadas por el clientelismo y la corrupción, las organizaciones armadas y el relato demagógico de la seguridad.
Si en el Partido Liberal se asumen de manera decidida estos propósitos, no solamente se podrán ganar las elecciones legislativas del próximo año, sino que también se podrá ser opción de gobierno en el 2018.
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