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Como el cangrejo

La industria va como el cangrejo, y el problema no es la apertura, ni impuestos ni tasa de cambio.

Guillermo Perry
La industria colombiana no sale de su marasmo. Después de varios años de estancamiento, hoy está como en la canción de moda: “un pasito pa’lante y otro pa’trás”. Y se acabaron las excusas: la revaluación, la reforma tributaria del 2014, la crisis de Venezuela. Hay una tasa de cambio competitiva desde el 2015, y la reforma tributaria del 2016 corrigió los excesos de la del 2014. La crisis venezolana, por sí sola, no puede explicar el débil comportamiento industrial colombiano. Tenemos que sincerarnos y reconocer que algo anda mal en el empresariado colombiano, y también en otras políticas públicas que limitan la productividad y el dinamismo del sector privado mucho más que la tasa de cambio y los impuestos.
Estudios internacionales indican que la productividad de una empresa, sector, región o país, depende, ante todo, de qué tan innovadores sean y cómo apliquen el conocimiento científico y tecnológico disponible a la producción y comercialización de lo que fabrican y ofrecen. A fin de cuentas, vivimos en la época de la economía del conocimiento, en donde las empresas que más crecen a la larga no son las que más favores reciben del Gobierno, sino las que contratan los mejores profesionales y trabajadores; las que aplican y adaptan las tecnologías más eficientes en su producción, mercadeo, organización y manejo empresarial; las que mejoran continuamente el diseño y la calidad de sus productos y las que introducen otros nuevos.
Los indicadores de innovación y manejo empresarial en Colombia pintan un panorama desolador que nos ubica en puestos muy atrasados frente a muchos de nuestros competidores. Los informes del Consejo Privado de Competitividad muestran cada año esta triste realidad. Los estudios de Marcela Eslava prueban que los precarios aumentos de productividad de nuestra economía se deben a los logros de un puñado de empresas muy innovadoras, inmersas en un mar de empresas plañideras. En efecto, las que menos innovan son precisamente las que más privilegios reciben del Gobierno en materia de aranceles, exenciones tributarias y subsidios. En otras palabras, tenemos un empresariado más rentista que innovador, con pocas y brillantes excepciones.
Esta situación es principalmente culpa de los empresarios y sus gremios. Con contadas excepciones, estos promueven más los privilegios de algunos de sus afiliados que la innovación y la excelencia empresarial. Pero también del Gobierno, el Congreso y las cortes, que parecen empeñados en favorecer a los empresarios rentistas y a hacer imposible la vida a los innovadores.
Nuestros presidentes, congresistas, magistrados y la mayoría de los ministros parecen pensar que absolutamente todo (el crecimiento económico, el posconflicto, la desigualdad, los paros) se resuelve simplemente con más zonas francas, más exenciones tributarias, más créditos subsidiados y más ‘mermelada’, en lugar de trabajar con seriedad en remover los obstáculos crecientes para la actividad empresarial eficiente y en crear un ambiente propicio al desarrollo tecnológico y la innovación. Por eso, como he criticado desde esta columna, el gobierno de Santos les dio más ‘mermelada’ a los ‘Ñoños’ y los Musas que presupuesto a Colciencias y a Innpulsa; les entregó las regalías para innovación a los gobernadores y los alcaldes, en lugar de asignarlas competitivamente a las empresas innovadoras; dejó languidecer la Comisión Nacional de Competitividad y ahora lo primero que recorta es el exiguo presupuesto de Colciencias.
Si no cambiamos, seguiremos como el cangrejo. Aunque el símil no es exacto, porque el calumniado cangrejo avanza con rapidez de lado y nosotros ni siquiera estamos haciendo eso.
P. S.: en mi columna anterior, al hablar de corrupción política, mencioné a los ‘Ñoños’, Musas y Andrades. Aclaro que no me refería al exdirector de la ANI, de quien tengo la mejor opinión.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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