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Guayabo

Por fin. Doy las gracias, a quien corresponda, porque otra vez van a acabarse las elecciones.

Por fin. Doy las gracias, a quien corresponda, porque otra vez van a acabarse las elecciones. No más encuestas refulgentes: “¡31 %!”. No más propaganda rastrera, no más señales del Apocalipsis, no más sermones por negarme a votar por el clientelismo que va a protegernos de los poderosos ni por el pragmatismo que va a salvarnos de nosotros mismos. Hasta luego farsa. Hasta pronto eslóganes baratos. Que después de esa asquerosa borrachera, “¡lo que es con fulano es conmigo!”, venga un guayabo misericordioso que nos devuelva a la incomodidad de la cordura. Que sea lunes para que libren su show los pronosticadores del clima de ayer (“la gente votó, definitivamente, por el que gritó más duro...”), pero sobre todo para que empiece a rondarnos el eterno error de creer que esto no está en nuestras manos, sino en las del alcalde.
He vivido 35 lunes de esos aquí en Bogotá. Se levanta uno a las 5 a. m., y después sale la gente y luego sale el sol, como si el mundo no acabara de acabarse. Y sin embargo lo cierto es que, para contribuir a la tragicomedia, el día anterior se han repetido los errores de siempre. Solo ha salido a la calle el 47 % de los electores: el 53, abatido por el marasmo del domingo, se ha regodeado en un perezoso, descorazonado “para qué...”, como esperando los resultados de la pobrísima liga del fútbol colombiano. Se ha elegido un alcalde vengador. Se ha votado por alguno de los 538 candidatos al Concejo: el 70 % de los votantes –dice ProBogotá– no recuerda por cuál. Y se ha escogido a ciegas, entre cientos de aspirantes anónimos, un edil que en teoría servirá para que la ciudad funcione en su barrio, pero vaya usted a saber.
Se descubre demasiado tarde, a primera hora de esos lunes, que lo que está pasando en las otras regiones del país está pasando acá en Colombia, que las otras ciudades son planetas en los que al parecer hay vida, y alienígenas que pueden arruinarlo todo. Se cuestiona la elección de un puñado de sátrapas avalados por los tales partidos –“y qué”– y dispuestos a recuperar la enorme inversión de sus campañas aunque sea lo último que hagan. Se recuerdan los bandazos del Consejo Electoral que por poco logran que no votaran los “trashumantes”. Se leen los titulares, ‘el exgobernador Cruz va a la cárcel’, ‘el exalcalde Moreno burla a la justicia’, como títulos de libros infantiles. Se habla de que “hemos dado un giro de 360 grados”, y sí: todo queda igual.
Cómo será este lunes 26 en Bogotá. Una vez más será elegido un alcalde nuevo, “adiós, Petro, adiós”, con la tercera parte de los votos, “¡31 %!”: quizás sea Peñalosa para que la ciudad se parezca a su maqueta por el bien de todos, quizás sea López para que se afine el plan social de estos últimos años, quizás sea Pardo –ojalá– para que la ciudadanía, que es la crítica de las ideologías y de las clases, se libre de una pugna anacrónica e inútil que cumple veinte años de enrarecer a Bogotá, pero gane quien gane habrá que aprovechar el nuevo aire para recordar que esto no es de los unos ni de los otros, ni de los caudillos aficionados ni de los caudillos profesionales, ni de los que estuvieron ni de los que están, y no puede seguir dependiendo de los caprichos del emperador desnudo de turno.
Ese es el secreto para sobrellevar la resaca electoral del lunes: el descubrimiento de que después del triunfo o la derrota, después de la devastadora sátira social que es una campaña política, queda uno, usted y yo. Se disipan entonces, como la neblina, ese carnaval para mal, esa gritería contra los apellidos de siempre. Se tiene enfrente el trancón en que se vive como un castigo que en verdad es una responsabilidad. Se ve que hay que asumir la democracia: votar ha sido apenas el comienzo.
Ricardo Silva Romero
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