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¿Goyeneches del siglo XXI?

Las ideas del Centro Democrático y del uribismo sobre la paz son muy goyenechudas.

Los cachacos, los jubilados y los curtidos en la política de la capital nos acordamos de un maravilloso personaje de la picaresca bogotana que sin duda fue un ícono local, con presencia inefable en las tertulias en los cafés del centro.
Además, era un asiduo del edificio viejo de EL TIEMPO y de la plaza del Rosario. Nos referimos a Goyeneche, candidato eterno a la presidencia que desde los años sesenta del siglo pasado hizo campaña con las ideas más estrambóticas, pero que conmovían a la franja lunática y a los mamagallistas que encontraban en sus ingeniosas concepciones lo que se debería hacer con el país.
Al respecto, la revista Semana lo describe así: “Goyeneche, además de ser un apellido, fue hace años un genérico que servía para calificar las actitudes torpes, los comentarios estúpidos, las propuestas absurdas, o los planteamientos incoherentes. Pero el célebre Goyeneche era en realidad un político. Se trataba de un demente protegido por los estudiantes de la Universidad Nacional, quienes lo exhibían como su dirigente de cabecera en una demostración crítica hacia los políticos del país...”.
Una lúcida crónica del escritor y periodista Andrés Ospina dice que “(autor de) fórmulas únicas para conjurar los males estructurales de Colombia, esbozadas con un gis en una gran pizarra negra, sobre la que consignó los más memorables versículos de su ideario político, y que fue materializado en panfletos. Hablaba con una convicción propia de los alucinados. O de los genios”. No hay necesidad de reseñar las ideas de Goyeneche, en las que insistía, con inmensa pasión, y que para algunos de sus seguidores salvarían al país.
La verdad es que no existe demasiada diferencia entre las ideas de Goyeneche de pavimentar el río Magdalena para hacer una autopista al mar, o ponerle marquesina a Bogotá, y la de oponerse a construir un país en paz. Las ideas del Centro Democrático y del uribismo sobre la paz son muy goyenechudas (palabra hoy inventada), como, por ejemplo, proponer que después de tres años de pronto se sentarían a la mesa a renegociar lo pactado en La Habana –después de incontables aperturas para invitarlos a la reconciliación–, o negarse a contribuir legislativamente a la construcción de un nuevo país, o entender que este plebiscito no es por Santos o su gobierno, sino por las futuras generaciones... Es mejor dejar ahí y no ahondar en la lista de incoherencias.
El Centro Democrático –que tiene dirigentes de la mayor lucidez, como Iván Duque, Francisco Santos, Carlos Holmes Trujillo y Óscar Iván Zuluaga– tiene que entender que si renuncian a la oportunidad histórica de construir un futuro en la reconciliación, serán los loquitos de la política colombiana. Y gente sensata, como ellos, no pueden volverse los Goyeneches del siglo XXI. Aunque así lo quiera su jefe. Acompáñenlo en la lucha, no en la mentira. Por su propio bien.
Goyeneche se la jugó en todas las elecciones, y siempre perdió. El principio fundamental para ser relevantes en política es el realismo, no la irracionalidad. El otro principio es que no se puede ir en contra de lo que la gente añora. Todos los colombianos queremos una paz sensata, como la que se ha negociado en La Habana.
Goyeneche perdió todas las elecciones. Para él eso era lo de menos. Todas las democracias tienen que dejarles el espacio a las minorías, por loquitas, irracionales o marginales que sean. Pero uno acompaña a los amigos hasta la tumba, pero no se entierra con ellos.
Dictum. El manual de Carreño indica que las cartas siempre se contestan. Eso es lo decente. No por Twitter. Una misiva siempre es una oportunidad.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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