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Cultura con próximo presidente

Lo más importante: divise cómo la cultura tiene valor, pero no precio.

Se percibe que para muchos cercanos, la selección entre Duque y Petro es como abocarse al juego de la ruleta rusa, solo que con la opción anticuada de ponerse el revólver en la cabeza, o la de innovar apuntándose con una bomba atómica. En lo personal, y sin que ninguna sonrisa asome por lo ya acontecido, guardo la esperanza de que a la cultura, más particularmente a la política cultural, pueda irle bien. Ahí tienen ambos un punto fuerte.
Desde antes de ser candidato, Duque ha expuesto una tendencia en favor de la economía creativa, aquella que parte de las artes, la producción cultural o la innovación, y mediante adecuados enlaces logra réditos sociales y económicos (nada mejor que un país con pocos congresistas y más guitarristas).
Pero que Duque lo logre, depende de varias cosas: primero, que no convierta el ministerio de Cultura en celda inquisitorial, lo que supone (le imploramos) que NO nombre a Viviane Morales o a Alejandro Ordóñez allí (lugares menos peligrosos hay para ellos). Dos, que prescinda de imponer clase de urbanidad en los colegios y, antes bien, haga cumplir un plan educativo de formación sólida en artes; claro está, si hace lo primero (también le rogamos), no le entregue eso a José Obdulio, pues nadie quisiera que la de Carreño quede oficialmente como la moral existencial, o que el don se asombre por lo que enjuiciará de impudicia intelectual y socialista de estos párvulos del siglo XXI.

La vida cultural que construye paz en poblaciones recónditas, el conocimiento atávico de pueblos indígenas y millares de experiencias sociales y artísticas que más que dinero proponen vida.

Lo más importante: divise cómo la cultura tiene valor, pero no precio. Esto plantea que recibirá una producción cultural que en el país da más de dos puntos al PIB (bien lo ha dicho) y que compite con éxito en el mundo, pero que, además de las industrias, existen la memoria, la vida cultural que construye paz en poblaciones recónditas, las lenguas, el conocimiento atávico de pueblos indígenas y millares de experiencias sociales y artísticas que más que dinero proponen vida. Su ley ‘naranja’ es floja (otras veces aquí se argumentó), pero bien reglada puede resultar.
De su lado, gestos de personalidad en Petro se reflejaron en la administración oscilante y fealdad urbanística de Bogotá. Pero fue la muy destacada política cultural que movilizó en la ciudad aquello que mejor se le reconoce. Si, en su caso, extrapola esto al país y baja tono a la ira, tendrá palmas en el horizonte.
GONZALO CASTELLANOS
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