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Golpe de Estado a Maduro

Locuras cotidianas de un régimen acorralado por el huracán de problemas que él mismo ha creado.

A veces pienso en lo bien que estaría Venezuela de haber triunfado el golpe contra Hugo Chávez el 11 de abril del 2002, en las muertes y miserias que se habría evitado la nación hermana. Celebré aquel intento mientras parecía que sacarían al tirano de Miraflores, y ahora lo añoro.
Recuerdo que días después me arrepentí de apoyar el golpe, como todo idiota políticamente correcto. Concluí entonces que ningún demócrata debería utilizar esos métodos ni siquiera contra los presidentes despóticos que pisotean las libertades, fomentan la violencia, protegen el terrorismo y dividen su nación en dos mitades irreconciliables. Pero después de repasar estos años y comprobar cómo el chavismo atropella a la oposición que ganó las elecciones legislativas, volví a mi posición original: está justificado echar del poder con un golpe, si es pacífico, al dictador.
Desde hace unos años leo un resumen diario sobre lo que acontece en Venezuela que envía el alcalde de Chacao, Ramón Muchacho, un político moderado, decente y eficaz, de la línea de Capriles, que estará en desacuerdo con el párrafo anterior. Da ira conocer las locuras cotidianas de un régimen acorralado por el huracán de problemas que él mismo ha creado, un socialismo del siglo XXI que vendía el paraíso y resultó siendo el infierno de los venezolanos.
Son inagotables las medidas, propias de una republiqueta bananera, que dicta el tirano ignorante, agresivo y caprichoso, cada vez que siente un nuevo apretón de la crisis. Como escribía Ramón Muchacho el viernes, “la palabra favorita del Gobierno no es revolución. Tampoco, trabajo ni oportunidades. Mucho menos es crecimiento o riqueza. Su palabra preferida es ‘cierre’. Cierre de empresas, cierre de fronteras, cierres por falta de agua o luz, cierres por falta de productos o materias primas”.
Esta semana empezó la oposición a recoger firmas para el referendo revocatorio, y multiplicarán con creces las requeridas. Pero no servirán de mucho. Maduro y su banda de ladrones no respetarán la voluntad de sus compatriotas. Saben que si pierden el poder les aguarda la cárcel o el exilio cubano, hasta que la pareja de dictadores estire la pata. Cuando desaparezcan los Castro, la isla conocerá la democracia y se acabará el santuario.
Maduro es la guinda de un pastel envenenado que empezó a hornear Hugo Chávez alentado por una izquierda planetaria nostálgica y roída, que veía en ese opresor carismático al abanderado de su causa. Se convencieron de que levantaría una nueva cortina de hierro contra el sistema capitalista a costa de las libertades individuales, como si los comunismos del pasado no hubiesen bastado para anticipar su rotundo fracaso.
En lugar de firmas, yo hubiera abogado por otro golpe de Estado pacífico, similar al que pudo destronar a Chávez, si no fuera porque el difunto sátrapa dejó una milicia armada y capos tipo Diosdado Cabello dispuestos a recurrir al derramamiento de sangre para seguir mandando. Y nada justifica una confrontación armada fratricida. No queda, por tanto, sino esperar a que la ciudadanía revoque su mandato por la vía democrática. A seguir soñando.
NOTA: Octavio José Figueroa es un empresario guajiro hecho a sí mismo, trabajador desde niño, que lleva mes y medio secuestrado. En la región apuntan al Eln, que opera en zona Farc. El Gobierno tiene que metérsela toda para que regrese con los suyos. Igual que Odín Sánchez. Por cierto, en el desescalado lenguaje, ¿cambiarlo por su hermano enfermo es canje humanitario?
SALUD HERNÁNDEZ-MORA
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