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Globalización y soberanía

El desastre del 'brexit' nos muestra los riesgos de una actitud ambigua frente a la globalización.

Guillermo Perry
Hay quienes pretenden detener el avance de la globalización anteponiendo un concepto absoluto de soberanía nacional. El triunfo más reciente de esa tendencia fue el brexit, que, bajo el eslogan de ‘recuperar la autonomía’ frente a la Unión Europea, sumió al Reino Unido en una crisis financiera, incluso con riesgos de disolución nacional. Trump es otro exponente de esa visión retrógrada. El caso más extremo es el del Estado Islámico, que pretende imponer a la fuerza un Estado teocrático aislado de Occidente.
El libro magistral De animales a dioses, del historiador Yuval Noah Harari, demuestra cómo la globalización ha representado un avance extraordinario de nuestra especie. Ha traído consigo el acceso universal a fuentes de información y conocimiento, un considerable empoderamiento de los ciudadanos y las minorías en todos los países y la defensa internacional de los derechos humanos en todo el globo. Por demás, ha hecho posible la eliminación de las epidemias, de la pobreza extrema y de los riesgos ambientales que podrían llegar a destruir la vida en nuestro planeta. Estas últimas metas, sin embargo, exigen una mayor cesión de soberanía en organismos supranacionales, y a través de acuerdos multilaterales, de lo que ya ha ocurrido.
La emergencia del Estado-nación y el concepto de soberanía nacional representaron en su momento un avance importante para la humanidad, en términos de reducción de la violencia intranacional y crecimiento económico. Pero los Estados-nación potenciaron las guerras internacionales y son incapaces de manejar, sin coordinación apropiada, temas vitales que no respetan fronteras artificiales, como son los ambientales, las epidemias, las migraciones, el comercio y los movimientos de capitales.
La Gran Depresión de los 30 fue el resultado de falta de mecanismos de coordinación económica entre Estados-nación. Para evitar la repetición de una crisis semejante se crearon las entidades de coordinación de Bretton Woods (la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial), las cuales, como demostró la crisis 2008-2009, están hoy en mora de ser reforzadas.
La Unión Europea ha representado el esfuerzo más ambicioso de creación de instancias supranacionales y cesión de soberanía. Se estableció para asegurar la paz entre los Estados que promovieron las dos ‘guerras mundiales’ de principios del siglo XX, así como para potenciar su economía mediante la creación de un solo mercado. Por eso son tan preocupantes para ellos, y para el mundo entero, las grietas emergentes que pueden llevar a la disolución de ese gran proyecto, de las cuales el brexit es hasta ahora la manifestación más grave.
América Latina ha tenido una actitud ambigua frente a la globalización. Hemos suscrito Convenios Internacionales sobre muchas materias, pero mantenemos toda suerte de debates internos sobre la conveniencia de su aplicación. Participamos en las organizaciones internacionales, pero lo hacemos sin objetivos claros ni coordinación regional y, por tanto, con muy poca efectividad. Padecemos de una fatigante retórica de ‘integración regional’ con pocos logros concretos. La Alalc fracasó, la Comunidad Andina se desintegró, el Mercosur está en crisis. Solo se salvan la creación de la CAF y el Flar y el Mercado Común Centroamericano. La Alianza del Pacífico es una iniciativa promisoria, con realizaciones por ahora modestas.
P. S. 1: el contenido y el tono de la carta de Santos a Uribe constituyen una excelente defensa del acuerdo tentativo de La Habana. Por ahí es la cosa. Lástima que Uribe se haya ranchado en una posición tan extrema.
P. S. 2: Néstor Humberto Martínez puede hacer una excelente Fiscalía, siempre y cuando ponga a hibernar sus aspiraciones políticas.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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