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El senador Uribe

Fue uno de los mejores presidentes que ha tenido Colombia. También se ha comportado como el peor expresidente. Ahora es senador de la República. Y hay que tratarlo como tal. En su nueva condición ha perdido la protección política y jurídica que la ley y las buenas costumbres les otorgan a quienes han ocupado el solio de Bolívar. Su condición hoy es la que le corresponde a un legislador.
La verdad es que no deja de sorprender que alguien decida renunciar a ser expresidente, un estatus de semejante dimensión. Algunos analistas atribuyen esa decisión a su inocultable odio por el presidente Santos. Sin duda, el hecho de que el actual mandatario, y futuro Presidente reelecto, no se haya prestado para ser un títere de sus designios es algo que envenena a Uribe.
La primera tarea en la agenda del senador Uribe y de sus muchachos es boicotear, como sea y a cualquier costo, el proceso de paz. Hay que irse preparando para que el senador Uribe y sus borreguitos, sentados en las curules que él les endosó, intenten descarrilar cualquier iniciativa que surja del próximo gobierno.
El que hizo la paz con los paramilitares y contempló negociar con la guerrilla, ahora quiere ser el ‘Terminator’ de los esfuerzos de Santos para encontrar una salida negociada de cincuenta años de guerra. Por eso hay que ser claros. Si la paz se daña por el odio que el senador Uribe tiene por Santos, la responsabilidad histórica de sacrificar la posibilidad de una reconciliación nacional será un espectro que lo perseguirá por los siglos de los siglos. Afortunadamente, al Congreso de la República llegaron otros titanes dispuestos a darle la pelea en ese tema e impedir una conspiración contra la paz.
No quiero imaginarme los cientos de horas de debate que el senador Uribe y sus borreguitos harán sobre la seguridad y San Andrés. Pero les saldrá el tiro por la culata. La ventaja del cambio de estatus de Uribe es que ya no le es viable esconderse, impunemente, detrás de los ciento cuarenta caracteres de un Twitter. Ahora le tocará poner la cara y responder por sus actos en el escenario parlamentario.
Uribe, en su condición de senador, no podrá simplemente ponerles denuncias por calumnia a sus contradictores para evitar contestar los señalamientos que existen en su contra. En el Congreso no existen escondederos. Hay que responder política y públicamente por el presente y por el pasado.
Me resisto a creer que la obsesión de boicotear a Santos y al proceso de paz sea suficiente explicación para la decisión de Uribe de hacerse elegir senador. Un expresidente no se expone gratis a todas las circunstancias y riesgos que son inherentes a la condición de legislador. Evidentemente, debe de haber algo más.
Uribe tiene una agenda personal mucho más ambiciosa, que el país debe entender si se quiere interpretar adecuadamente lo que va a ocurrir en el Congreso elegido el día de ayer. El expresidente no se resigna a que haya sido derrotado en su idea de reelegirse una vez más. Ahora, como senador, buscará darle un golpe de Estado a la Constitución de 1991 y lograr dicho objetivo.
Ya lo intentó dejando enredados a muchos de sus mejores amigos. Ahora se traslada al Legislativo para buscar cualquier oportunidad que surja –y hará alianzas hasta con el mismísimo demonio– para abrir la puerta de la reelección eterna.
La razón por la que Uribe está en el Senado no es que desee aplicar su innegable brillantez a resolver los problemas del país. Está allá para tratar de imponer sus ideas autoritarias y buscar su perpetuación en el poder.
Díctum. Buenaventura debe ser la capital del futuro de Colombia. Todos por el Pacífico.
Gabriel Silva Luján
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