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El estilo hace al hombre

Para nadie es ya un secreto que el país ha entrado en la recta final del gobierno y que la oposición está tratando de anticipar la campaña electoral. Claramente, uno de los propósitos del uribismo, con el lanzamiento de su camada de cachorros, es aprovechar que Santos tiene que gobernar y no puede enfrascarse en sus provocaciones retóricas.
Al contrario de lo que dicen algunos, el Primer Mandatario no es todavía candidato, y no se puede comportar como tal, por lo que hasta ahora la campaña ha sido un monólogo de opositores, una pelea de toche contra guayaba madura.
Esta campaña empieza con fórceps. A los colombianos nos quieren obligar a tomar partido de manera prematura. Pero ya no hay nada que hacer, las cosas son como son. Toca empezar a mirar cómo se perfila el campo de batalla y cuáles son las opciones que tenemos los ciudadanos.
Sobre las futuras elecciones se empiezan a publicar sesudos análisis que hablan de las plataformas e ideologías, de la ubicación en el espectro político, de la dinámica interna de los partidos, en fin, sobre todo lo que es importante para un proceso electoral.
Con inmenso respeto por todo ese esfuerzo –indispensable y necesario– voy a plantear una herejía que me garantizará más de un tirón de orejas de mis maestros de Ciencia Política: en Colombia las elecciones se deciden más por el talante de los candidatos que por las ideas; más por las actitudes que por los programas. Mejor dicho, en política presidencial el estilo hace al hombre.
Cuando un ciudadano va a decidir su voto, los atributos personales y de estilo de los candidatos tienen mucha más importancia de lo que se cree. Y eso es así porque el talante incide de manera significativa en la forma de gobernar. El estilo del primer mandatario impacta determinantemente su relación con la sociedad y con las demás instituciones.
Dado que las dos opciones en juego más diáfanas son Álvaro Uribe –porque es de presumir que los candidatos del Puro Centro Democrático son un proxy de sus ideas y de su carácter– y Juan Manuel Santos, se justifica revisar cuáles son los estilos presidenciales que se le van a ofrecer al país en las próximas elecciones.
Uribe es el líder de la polarización. Su método es el de dividir al país, mediante la confrontación. Confunde la firmeza con la intolerancia. No tiene capacidad de escuchar sino de hablar y tuitear. Su relación con la oposición, los poderes públicos y la sociedad se construye desde el convencimiento de su superioridad.
Es autoritario en la forma y en la sustancia, con un dejo de permanente desprecio por las instituciones de la democracia. Amigo íntimo del capital extranjero y de las multinacionales mineras. Es ideológico sin espacio para el pragmatismo. Pendiente de los gringos y le repugnan los vecinos.
En contraste, Santos ha demostrado privilegiar ante todo la inclusión y la unidad nacional. Tiene un criterio pragmático para encontrar soluciones en lo interno y en lo externo. Ha demostrado comprobada vocación de escuchar a todos. Privilegia el diálogo sobre la confrontación.
Profesa un profundo respeto por los demás poderes públicos. La reconciliación y la inclusión de los colombianos son su norte. La sensibilidad social y la búsqueda de la equidad están siempre presentes. Su meta no es la victoria militar, sino la tranquilidad de los ciudadanos.
Aunque el país debe entrar en los necesarios debates ideológicos y programáticos para conocer cuáles son las opciones y los caminos disponibles, finalmente los ciudadanos vamos a tener que escoger entre dos estilos presidenciales diametralmente opuestos: el del guerrerista o el del reconciliador.
Díctum. Francisco I, Francisco Santos y Maduro tienen algo en común: los tres están convencidos de que son la voz de Dios sobre la tierra.
Gabriel Silva Luján
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