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Taxonomía política

Aquellos que estemos del lado de la paz taxonómicamente somos castrochavistas.

Catalogar es una obsesión humana. Desde Linneo hasta hoy, la identidad es prisionera de la taxonomía. Cada bicho sobre la tierra tiene su lugar, su orden, género y especie. Incluso, los animales antediluvianos (palabra bien arcaica, por cierto) también están organizados en función de una lógica predeterminada y rigurosa. Es perfectamente comprensible que la razón, para poder tratar de explicar la realidad, exija categorías o, de lo contrario, se pierde en un laberinto sin fin. La razón no puede funcionar sin catalogar. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.
La obsesión clasificadora de la humanidad es una modalidad de razonar que se extendió a las relaciones sociales y a las circunstancias políticas. La taxonomía social ha sido parte del análisis político, de la etnografía y la antropología desde que las ciencias sociales pretendieron ser tan objetivas como la física. Hay toneladas de libros, acumulados por siglos, que intentan justificar una taxonomía social y política que sirve todavía de alimento a los xenófobos, a los supremacistas y a muchas de las corrientes extremistas, entre ellas el racismo y el absolutismo religioso.
La simplificación de la complejidad inherente al acontecer humano se ha agravado por el ascenso ineludible de las redes sociales, en las que el discurso –como han dicho muchos– se resume en ciento cuarenta caracteres y está desprovisto de los más mínimos estándares de honestidad intelectual exigibles a cualquier líder de opinión, pensador o académico.
La tradición enciclopédica hacia la categorización, combinada con un medio de difusión masivo como es internet, que impide por definición el discurso complejo, facilita que la nueva taxonomía política se construya no sobre el debate de argumentos o programas, sino, más bien, sobre definiciones autoritarias y absolutistas.
Esas categorizaciones tienen, ante todo, la función de dividir a una nación en una bipolaridad aparentemente ética, entre malos y buenos. En este contexto, los llamados para acabar con la polarización son ingenuos, por cuanto escapar de la taxonomía política es tan difícil como que a un animal lo cambien de género, orden u especie. Es mucho más fácil que un asno pase de mamífero a batracio a que Petro pase de batracio a presidenciable, a pesar de estar punteando en las encuestas.
El uribismo, con sus teorías, es el mejor ejemplo de este fenómeno. Todos aquellos que estemos del lado de la paz y del proceso de reconciliación taxonómicamente somos castrochavistas. Independientemente, como es mi caso, de que nos hubiera tocado enfrentar militar e ideológicamente la ofensiva chavista sobre Colombia. Señalar taxonómicamente a Humberto de La Calle y a Clara López Obregón como unos mutantes colombianos del chavismo es un perfecto ejemplo de lo que estoy diciendo. Es la categorización puesta al servicio de la búsqueda del poder, al que hay que llegar a las buenas o a las malas.
El pánico de la clase dirigente con Petro no es una buena fuente para definirle a dicho candidato una taxonomía apropiada, racional o suficientemente sensata. Los ricos están despotricando contra Petro sin haberlo disecado, como habrían hecho Linneo y Darwin con cualquier espécimen. El miedo a un animal no es un buen consejero para definir su lugar en el sistema de la naturaleza, o en la política. Por ejemplo, se creía, hasta hace muy poco, que las sanguijuelas usadas en medicina tradicional eran una sola especie. Ya en Colombia sabemos que no.
Dictum. El café puede ser la paz de Colombia. Hay que sembrar arábica en la cordillera y robusta en los Llanos Orientales; 25 millones de sacos en el 2025.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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