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Obsesión mortal

Ambos grupos de obsesos irredimibles presumen que la paz es irreversible y la guerra no volverá.

Freud fue el primero en describir el fenómeno de la obsesión. Según él, existen obsesiones legítimas, que animan la acción y le dan propósito a la vida. Obviamente, las que más le interesaban eran las que tenían un carácter patológico, que se vuelven malsanas, anulan el procesamiento racional y se convierten en una fijación que coloniza toda la existencia y se vuelven la única razón de la vida. En la primera categoría está la muy bienvenida obsesión del presidente Duque –anunciada en su reveladora entrevista con Yamid Amat este domingo– en la que dice “expandir la clase media y derrotar la pobreza y la puesta en marcha de una política de justicia social, que es mi gran obsesión”.
Desafortunadamente, la historia está plagada de ejemplos de obsesiones patológicas que se convirtieron en mortales para millones de personas en el mundo. El islam extremista y terrorista no solo ha causado miles de muertos en Occidente, sino también en el propio Oriente Medio, por sus obsesiones religiosas, verdaderas, que han sido descritas por varios analistas como una patología colectiva.
Más recientemente tenemos las burdas obsesiones del presidente Trump. Su patológica fijación con la migración –legal e ilegal– proveniente de México y América Central se ha convertido en mortal para decenas de miles de aspirantes a asilo que están recluidos ya, y un número que puede llegar a ser de cientos de miles.
La obsesión patológica generalmente necesita una justificación moral. Para Trump, todos los migrantes del sur son ladrones, violadores, miembros de bandas, sátrapas... Esa obsesión también se volvió mortal para miles de niños separados de sus padres en la frontera, aislados de sus familias, en muchos casos sin oportunidad de reencuentro. También puede ser la muerte de las mayorías republicanas en el Congreso de Estados Unidos.
La obsesión de la pureza de la raza y convertir a los judíos en los causantes de la decadencia alemana y en raza inferior llevaron a los hornos crematorios a millones de practicantes del judaísmo, a discapacitados, homosexuales y, menos conocido aún, a millones de personas de los pueblos rom. Obsesión patológica que se volvió cruel y mortal.
El país está sumido en la obsesión de la paz. Existen obsesivos por la paz que clasifican en la primera categoría freudiana, que es benévola y hasta positiva, dispuestos a ajustar, corregir y revisar en aras de preservar lo fundamental. Paradójicamente, al presidente electo y la propia Farc los veo en esa dimensión. A Duque y a la Farc hay que creerles que tienen una fijación constructiva: que la paz no se haga trizas. Los problemas no son ellos.
En ambos campos, supuestos amigos y enemigos de la paz, existe una obsesión patológica de un lado, de que los acuerdos están en peligro de disolverse y todo lo que proponga el uribismo es sospechoso. De otra parte, muchos en el campo de los que tienen una obsesión vengativa contra la Farc y los acuerdos, que no tienen la posibilidad de desprenderse de esas ideas para derrotar la desconfianza y mirar las cosas con un grado de objetividad y racionalidad suficientes para acomodar a todo el país, como quiere Duque.
Ambos grupos de obsesos irredimibles presumen que la paz es irreversible y la guerra no volverá. Eso les da rienda suelta para ser más inflexibles en sus obsesiones. Ese es un supuesto equivocado. Los obsesos intransigentes podrían imponerse sobre los deseos mayoritarios del país, de Duque y de la Farc. Esa sí sería una obsesión mortal y el regreso al desangre nacional.
Dictum. La naturaleza humana tiende a ignorar, en la vida y en el amor, las segundas oportunidades. Una segunda oportunidad es una bendición excepcional.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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